Chiles y sonetos

Había seis o siete amigos y no hay casi nada que me entusiasme más en la vida que compartir la comida con mis amigos en mi casa -dice, reviviendo de un cansancio tundidor-. Muertito, muertito, pero bien que hice el picadillo para los chiles rellenos; me cansé, sí, pero con qué gusto lo hice; de lo demás no asumí responsabilidad porque es buena labor artesanal la que lleva este platillo exquisito del que ya otras veces he hablado en esta bitácora y yo con el puro picadillo quedé exhausto, pero como no deja de ser acontecimiento porque sólo se puede hacer cuando alguien trae los chiles poblanos desde México y ahora –otra vez- los trajo María Aura, había que celebrar; claro que se pueden hacer rajas con queso o enchiladas con salsa de chile poblano, u otros guisos con esa verde salsa cuyo olor característico encanta los sentidos; acompañados con arroz y frijoles refritos constituyen un platillo de mucha prosapia en la afamada cocina mexicana. Ahora en cualquier parte se consigue guacamole en España, lo puedes pedir en casi todos los restaurantes, pero hace cuarenta años, la primera vez que vine a España, no tenían idea de lo que eran los aguacates; el primer mundo se comparte ya todas sus delicias y encantamientos gastronómicos. Y hubo totopos con guacamole para empezar.

Estoy oyendo la COPE, la estación de radio en donde los paniaguados de los obispos le dan hasta por debajo de la lengua a sus enemigos políticos que suelen ser los del gobierno de Rodríguez Zapatero –y todos los gobiernos de izquierda o más o menos de izquierda que hay o pueda haber en el mundo-, pero ahora están acabando también con el líder de la oposición de derecha, Mariano Rajoy; ya les urge tronarlo para poder poner en su lugar a alguien tan inmoderado como ellos, tan radical e intolerante, tan opuesto a toda postura de diálogo y conciliación; que si tuvieran cómo saldrían a tiros de la cabina de radio a tomar el poder para enseñarle al mundo cómo se deben hacer las cosas como la gente decente y cristiana. Son divertidísimos; yo los oigo para azorarme de hasta dónde son capaces de llegar.

Bueno, pero el caso es que ayer, luego de la comida, cuando se sirvieron tazas de café y algunos postres, pedí permiso para leerles a mis amigos las primicias de la colección de sonetos que he estado escribiendo últimamente; se llama “Sonetos para cuando ya se va uno a morir” y tienen como objetivo hacer sonar el fino cristal del soneto chocándolo con el difícil tintineo de la conciencia de que junto con la vida se acaba toda señal que de uno haya habido , en la tierra y en todo lugar; si acaso algo queda, será lo que se haya hecho a favor de los demás durante la vida y que el alma, de seguro durará menos que el polvo. En fin, poco ortodoxos mis sonetos pero no tan feos. Como eran mis amigos fueron todos generosos y tolerantes y yo quedé muy contento del menú ofrecido: guacamole, chiles rellenos con arroz y frijoles refritos, café, postre y sonetos. Lástima que todavía no les toca su turno para aparecer en estas páginas. Ya llegarán.

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