Caballos en la noche

Caballos. Un libro acerca de caballos. “El caballo de Lady Nosecuántos”. Se trata de un libro serio, moderadamente antiguo, con una encuadernación elegante y sobria. Debe ser la historia íntima de la relación de una dama de antaño con su cabalgadura; algo que sin duda rebasará la noción del transporte y lo utilitario para entrar en honduras humanas de sesgo confidencial, pienso; qué atractivo. Una doña del XVIII, envuelta en sus largas y abudantes telas, que cuenta, quizás desde una perspectiva psicologista (o de boudoir, si somos más afortunados) los recovecos de una dependencia mutua basada en la simpatía entre especies y en la constancia fraternal de su convivencia. Hojeo en la penumbra para buscarle sustento a mi percepción intuitiva: algo de lo que supongo puede ser la materia de este tratado, quizás no ando tan lejos. Aunque parece que va más allá, que no sólo es la relación de una señora con su bestia sino una sucesión de historias de afinidad entre personas y equinos. No los paramentos y jaeces, arreos y aparejos, sino el oído del caballo y el susurro del amo, el aliento cortado de la emoción de su jineta en ciertos momentos señalados y el respingo inteligente del corcel con su tesoro a cuestas, el valor social de un entendimiento superior en ciertos seres privilegiados que con tal ventaja se separan del montón.

Centauros e hipogrifos. La transmigración de almas que acaba creando seres nuevos con características comunes a sus orígenes compartidos y la permanencia que tales mitos pueden tener en los siglos, hasta volver a intentar, en los nuestros, su revalidación física con argumentos novedosos, ¿por qué no? Acaso se hayan visto en algunas remotas estepas cabalgando al claro de luna seres de apariencia inimaginable y estas páginas den cuenta de ello con nuevas aproximaciones científicas. Pero el libro se va deslavando; lo poco que puedo hurgar me lleva de nuevo al principio de lo percibido y noto que cada vez es de menos quilates y más reiterativo; me acojo de nuevo a imaginaciones preteridas haciéndolas más planas y quitando relieves; ya casi no tiene chiste. Ya no sólo es de una dama sino de señoras y señores, hombres o mujeres a caballo, y la elegancia enigmática que prometía se empieza a resolver en monturas y aires ecuestres. No; ya desperté dos veces y es imposible retomar el brillo de piedra preciosa del principio del sueño.

Qué lástima, hubiera sido un sueño estupendo si pasando las páginas, el libro, como en secuencia cinematográfica, hubiera comenzado a vivir, con la imaginación concentrada de quien puede realizar, por recursos y por capacidad creativa, lo que le dé la gana. Pero eso tienen los sueños, que se deslíen, conforme avanzan hacia la vigilia se vulgarizan. Me desperté sin nada de valor y con la sensación de haber derrochado una fortuna. Vuelvo al día con la boca reseca; me levantaré a buscar una mandarina.

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