LA MERCANCÍA
Esta mercancía
que la muerte quiere tanto siempre
se me ha ido haciendo extraña, ya no es mía.
si es que alguna vez fue mía,
y entonces no era así,
yo era delgado y fresco,
tenía la espalda firme y amplia
y el abdomen recio y sin prominencia,
la piel tersa
y los músculos claros,
era una mercancía noble,
apetecible para el juego y el retozo,
ágil, gozosa,
hábil como ella sola para el baile,
y la muerte no baila,
¿para qué la quiere?
Que me la preste otros cien años,
o que mejor me la regale.