UN MENSAJE
a Octavio Vázquez
De veras no es maldad, me dijo el estampado en sangre, es que vengo de un viaje hondo por mi pueblo y aunque estoy fatigado quise estar presente para ser el espejo de tu propio escarnio.
Aquí está mi mano, si lo dudas; en ella puedes ver que no soy, al fin y al cabo, más que un hombre. Pero tampoco te la doy, ya estoy harto de tantas mentiras, nomás te la presento.
Ya estaba a punto de dormirme cuando volvieron a salir con sus malvadas caras de inocencia.
Las víctimas somos nosotros, me dijeron, los que ponemos nuestro sencillo corazón arriba y hacemos el mal. Es posible que nuestras pequeñas almas buscadoras de luz sean ya perversas, sin embargo a todo lo que late sobre el vacío, a todo lo que vibra, lo que hierve, le importa un comino nuestra insignificante noción del bien y del mal. Lo que está más allá de nuestra piel se burla ferozmente de nosotros. Créelo, aunque te digan que no es cierto.
Arriba de nosotros sólo está nuestro corazón que no quiere que le pongan límites. Todo lo que decimos es falso, lo verdadero es lo que ocurre.
Encima de esto, la belleza me dio de golpe. Ay, quiero nacer de nuevo, quiero otra vez nacer.