Un caballo pasó por la llanura

Por lo general uno se equivoca cuando piensa que los demás están pensando en uno; que hay, pon tú, doscientas o trescientas almas cada día conectadas a esta página–no necesariamente las mismas sino que unas aparecen una vez por semana; otras, dos, o tres, y algunas pocas, diario- y peor le va entre más por encima se las representa, así nomás, como número de personas y como si fueran iguales o tuvieran historias o conocimientos, o los antecedentes que quieras para reaccionar de manera igual o parecida. Que lo que digas lo van a entender más o menos igual. Pero te equivocas, fresco y fragante capullo, te equivocas de pe a pa. Cada cabeza es un mundo. Lo que entra en cada chompeta, que puede ser igualito en todas en su origen, o sea, una misma cosa dicha igual, redactada igual, pasa al entrar por el oído o por el ojito ajeno por un proceso químico de solventes y precipitados que produce resultados alucinantes. ¿A poco no?

Fíjate, tú dices un caballo pasó por la llanura, y ya se alteró el mundo como no tienes una idea. La cantidad de caballos de colores y tamaños distintos que pasaron a cualquier hora por los llanos más inverosímiles que haya, reales e irreales, montados desde por jinetes salvajes puestos ahí por la prehistoria para contar alguna hipótesis, hasta ladys godyvas altas, rubias, bajitas, morenas, greñudas, calvas, adolescentes, maduronas, con los nervios alterados en el calor de un julio insoportable a solas, pasando por cuanta cabalgadura equina sola o llevando a un indio, a John Wayne, a un jockey, a un gaucho, a Alejandro de Macedonia o a Pedro de Alvarado haya tenido el designio  de pasar de un lado a otro por el campo; o tal vez un vaso de tequila que traspasó ardiendo un gañote aventurero o una compresa que cumplida su función va a la basura. ¡Jesús!, si se fotografiara lo que cada quien se imagina se podrían vaciar todas las salas del Museo del Prado y llenarlas con esa exposición inagotable: Un caballo pasó por la llanura.

De modo que cuando entro y comienzo a flotar –digámoslo así aunque luego tenga que explicarlo- por este entorno, con el objeto de observar las acciones, omisiones, reflexiones, dudas, pensamientos, etc., de este o de otros personajes que tengan que ver con la narración diaria a la que está comprometido el protagonista de esta sucesión de palabras, no dudo en decir que me veo en un predicamento. Y no por otra cosa sino por pundonor, porque, a ver, qué mayor acierto tendría –y con ello más satisfacción personal- que atinar a transmitir los matices variadísimos de lo que aquí ocurre y se desplaza en el tiempo y el espacio, y llegar a esas doscientas, trescientas almas que decía, con una oferta más o menos semejante para que entiendan, si no lo mismo, por lo menos algo cuyas características similares pueda ofrecer distintas versiones de un mismo acontecimiento.

Y ese es mi empeño, por eso ven que me aparezco últimamente diario tratando de encontrar mi lugar, el sitio desde donde sin estorbar, sin ser notado, pueda darme cuenta de todo y dar recado a los demás de lo que el poeta, sus cómplices y los acontecimientos con frecuencia se niegan a revelar por tantas y tantas razones, empezando por las más bobas de todas, el pudor y el olvido. Así que aquí voy a estar, me perdonan.

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