Lo difícil que es escribir poemas. No por hacer que las líneas coincidan, rimen, tengan las mismas o concordantes sílabas y caigan los acentos en unas o en otras, y cosas por el estilo, que son todas de preceptiva que, como quiera, se aprende; sino porque hay algo en cada poema que está muy lejos de lo que nos han enseñado que es escribir. Pero a años luz. Aunque me felicito por vivir en la época del correo electrónico que nos ha devuelto la posibilidad de comunicarnos escribiendo, que estuvimos a punto de perder. Como tengo mucho contacto con los potenciales lectores de este blog vía internet, no saben ustedes las cosas que recibo con nombre de “escritos”; no me refiero a los comentarios, que agradezco tanto y se reproducen todos, sino a expresiones de rechazo cuando envío promociones, de esas que mando en verso; algunas son aberraciones coloquiales que uno puede interpretar gracias a que se imagina la carita del interlocutor (a), carente por completo de toda idea de redacción, ortografía o prosodia, y da ternura. Pero aun escribiendo con todas las herramientas usadas con corrección, qué difícil es hacer versos. Bueno, no: hacer poemas; qué difícil es escribir poemas.
Uno se puede pasar toda la vida tratando de desentrañar qué es eso que ocurre cuando algo que se escribe vuela porque va más allá de lo que dice la razón, de lo que se entiende; es decir: aparte de ser comprensible –que ya es mucho- es capaz de llevar a quien lo lee a apreciaciones personales que tienen que ver con las emociones, la memoria o la imaginación. O más todavía: que tiene la capacidad de comprometer la voluntad del lector y lo obliga –con grata y aceptada obligación- a hacer un esfuerzo de convivencia con lo que lee. Y ese secretito es el que está cabrón. Porque leemos todo el día y lo que leemos nos entra por un ojo y nos sale por el otro; todo está lleno de lecturas que no nos dicen nada, que nos acompañan como los susurros o las voces interrumpidas que oímos al paso en los mercados o en las calles y plazas: nada, bisutería de palabras, escamocha. Hasta que nos encontramos con la escritura de un poema que nos resulta distinta, ¿por qué un poema que nos interesa y estamos dispuestos a guardar en la memoria no es como un anuncio comercial o un encabezado de periódico? ¿Y cómo ocurre que se deslava pronto o, por el contrario, se afirma en la voluntad de recordarlo? La respuesta a estas últimas preguntas es de lo más caro que existe en el mercado de la inteligencia.
En fin; esta reflexión provino de una motivación vanidosa: yo creo que el soneto que les mandé ayer, el de los Reyes Magos, tiene buenos kilates de poesía. Claro que cuando uno lee un poema lo menos que tiene que hace es juzgarlo y lo más, disfrutarlo; espero que lo hayan disfrutado porque esos reyes magos del poema están más cerca de cualquiera de los lectores de lo que nos imaginamos, y con lo que menos tienen que ver es con la vulgar costumbre de enviar anuncios en verso o con la retórica de las felicitaciones obligatorias por las fechas que con tantísimo entusiasmo celebran (y nos arrastran con ellos) los comerciantes. Estos reyes magos son álguienes como el que somos cualquiera de nosotros y no traen más regalo que la revelación, para quien quiera y pueda verla.