Alboroto verbal

Puede que todo sea un truco literario, un pretexto para enhebrar el desmenuzadero de palabras que andan todo el tiempo rondando en torno a uno, que duerme mal, que se queja del avispero de males que lo acosa. Una pura estratagema para deshacerse del sobrante. Porque toda la noche pareció estar goteando un grifo del que salían sustantivos, verbos, adjetivos y demás asociaciones de letras, con un ánimo belicoso que no tiene explicación clara, a no ser antiguas venganzas por errores cometidos –en lo que acepto que tendrían razón- o peor, por no haber sido tomadas en cuenta en su momento con la importancia que merecen. A ratos salían voquibles contundentes que me hacían despertar, abrir tamaños ojos asombrado de la nocturnidad tan oscura y duradera; o verbos de tal rebuscamiento que me impelían a incorporarme y bajar los pies al suelo en donde corrían –yo lo sentía clarísimo- el peligro de ser roídos por artículos y preposiciones que como gazapos hambrientos acechaban debajo de la cama royendo las pantuflas de lana.

Ya sé qué es –pensé en cierto momento, cuando las cuatro o cinco de la mañana estaban más activas con su goma de borrar tratando de eliminar la memoria-, es que se me está saliendo un pulmón por la garganta. O tiende a salirse en busca de misericordia y no lo logra, y por eso hay tantísimo alboroto verbal. Mira cómo están las plazas llenas de palabras excitadas que reclaman acción. Hasta las más coquetas estaban agresivas, lindas pero malvadas. Todo conjuraba para hacerme toser. Yo sé que no hay atención humana que resista mi machaconería con el tema, que a partir de este momento serán arrancadas con desprecio las páginas de este diario con togada displicencia, que dirán que ya chole con la pinche tosecita, y tendrán razón en su alma y los ángeles bajarán en coros desde el cielo para subrayar con sus trompetas la justeza del veredicto. Lo único que yo pido es que a uno de esos angelitos le dé tos en el momento en que sople y empiece a contagiar a los demás, para que me comprendan. Cuatro meses hace que no paro de toser. Y hay noches peores.

Y es que el mentado tumor, al margen de la malignidad que entrañe, no parece que haya acabado de crecer, o al menos no disminuye, y se la pasa sobándole las costillas a los bronquios que, claro, se encabritan, sienten un cuerpo extraño y quieren echarlo para afuera. Pero tal cosa sucede durante la noche en un universo gárrulo en el que toda facundia tiene patente y ejerce, y me despierta y por no ver nada lo único que veo es cómo desde el techo se vacían inmensos diccionarios que sin lograr formaciones militares capaces de hacerlo, pretenden cercar las toses, llevarlas a prisión y encarceladas levantarles causa y, si se puede, ejecutarlas en la plaza pública para satisfacer el morboso acaloramiento de sus propias multitudes que no parecen estar dispuestas a callar y seguir soportando el sojuzgamiento inhumano de esta tiranía que viene del pulmón, sale por la garganta y aparece en la noche con sus ásperos modales desvencijando toda noción de reposo y armonía.

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