Uno tiene que estar siempre atento porque corre el peligro permanente de que le escamoteen la percepción de la realidad. Ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Porque siempre hay algún sector que manipula y nos convence de que así son las cosas, que así han sido siempre y así conviene que sigan siendo.
Según la lengua hebrea el sábado –como hoy- es el séptimo día. Y a uno qué más le da que lo pongan en el orden que quieran, pero cuando a uno le han dicho toda la vida que el séptimo es el domingo -el día de descansar, de no hacer nada-, se siente un vacío horrible en el estómago cuando te enteras, por angas o por mangas, de que el día shabbat, o sea de pararle a toda actividad, el que nosotros dedicamos a bajar la velocidad de los motores, a trabajar a la mitad, cuando mucho, a ir de compras y a recibirle de buen grado todos los beneficios posibles a la noche porque al cabo mañana es el día del descanso (gulp, ya no sale) y podemos dedicarlo a la reconstrucción de nuestra entereza laboral y demás reparaciones necesarias, es el día que no es; es la víspera. O sea que el bueno es el siguiente.
Qué más da, claro, y para qué se va uno a meter en honduras, pero es que uno trata de ser congruente con lo que sabe y lo que cree y la manera en que eso lo pone en práctica en la vida cotidiana. Y si resulta de pronto que el séptimo día son dos días distintos y nos damos cuenta de que sí, de que algo hay de eso en nuestras costumbres, porque en rigor riguroso el sábado no es precisamente día laboral sino otra cosa que no se puede definir muy bien, que es como día para prepararse para el día de descanso, entra un airecillo esquizofrénico que pasa por nuestras cabezas desconcertadas y nos despeina sin mucha gracia.
Bueno, para los judíos el sábado es el séptimo y para los cristianos el domingo; ya está, así de fácil. Pues sí pero pues no, porque entonces por qué este día no se administra con normalidad la cosa pública ni abren las oficinas ni abren tiendas ni mercados por la tarde, y los políticos, cuando están en periodo electoral, como ahora en España, andan por todo el país en mítines y concentraciones infamándose unos a otros y mostrando que están en la conjura con un dato de lo más revelador: no usan corbata, como si el día careciera de la jerarquía que normalmente obliga al uso de la prenda que cuelga armoniosamente del cogote de lunes a viernes.
Menos mal que yo no he agarrado el vicio de escribir sólo los cinco días legales y levantar las yemas los sábados y domingos porque entonces hoy os encontrarais con la página vacía; o peor, tuvierais que releer lo escrito anteriormente y anduvierais como en el fondo andamos todos culturalmente, cojeando de dos días que se llaman séptimo, que alguna vez fueron el mismo, ahora escindido como un cabello con urzuela -palabra que en México se usa para definir las puntas del cabello cuando están abiertas-. ¡Qué desmadre, qué desmadre!