En el taller

Escribe sin sentido, sin dirigirse a ninguna parte, sin ninguna idea en la cabeza y sin que las manos siquiera hayan amasado algún recurso para irlo desenvolviendo sobre la tabla como una masa con que hornear algún pan, por sencillo que sea. Echa mano de las palabras con alevosía, con la fe del que ha trabajado sobre una materia largamente y piensa que esa materia está ya imbuida del espíritu que anima cotidianamente al que oficia y hará por su cuenta la figura, el objeto, la justificación ordinaria con que se sale de ese taller todos los días; insinuando, al menos; sugiriendo; de modo que el responsable pueda aplicar alguna argucia y sacar adelante la página como si hubiera llegado con alguna imaginación previa y simplemente no supiera bien a bien cómo darle la forma más conveniente y atractiva antes de rubricarla y darla por incluida en su cuaderno. No le cabe en la cabeza, por ejemplo, la posibilidad de que haya habido un acuerdo de resistencia que el caudal de signos, decidido a darle una lección, tomara durante una noche de largas y tediosas asambleas basado en reivindicaciones de fuerza moral indiscutible. Puede ser que las palabras quieran un toma y daca más equitativo, en donde tengan una atención mayor por parte de la empresa.

Esta vez mi invisibilidad es definitiva. Un narrador oculto no puede enfrentarse con su personaje en medio de un acto tan íntimo como el de definirse en su razón de ser. Allí están él y su particular circunstancia. Él y la mañana fatídica en que se enfrenta a sus materiales sin saber qué hacer con ellos. Yo, impasible, desde la distancia de lo que no existe, miro su frente perlarse de sudor y lo observo mirándose las manos con desencanto profundo, como culpándolas a ellas de no someterse al artesano, de revelarse ante el orfebre que tiene el metal ya fundido y la gema pulida para el montaje y no sabe si debe hacer anillo, collar, pulsera, prendedor o corona. No dejo de tener una inquietud que me hace temblar un párpado casi sin que se note desde fuera aunque para mí es como si se estuviera moviendo en su pedestal la Diana Cazadora dispuesta a disparar su flecha en contra del corazón de este ciervo indiscreto e infiel que ha tenido el atrevimiento de mirarla desnuda.

A ratos se oye el alboroto de cuando todos hablan al mismo tiempo, como si no hubiera un acuerdo previo o no se hubiera llegado a la decisión colectiva de actuar en un solo sentido. Y yo que observo sin ser visto me sorprendo de la capacidad que tiene este gremio para evolucionar de una sensación a otra, para transformarse, prácticamente sin transición, de grey contestataria en muchedumbre lúdica, pues de repente, en el tiempo ordinario de una escritura, las palabras todas puestas sobre las largas mesas de trabajo, son tocadas por las manos del oficiante que hace unos instantes echaba la vista al vacío como buscando una respuesta, una inspiración cualquiera y ahora lo veo acariciándolas amorosamente mientras ellas se levantan de la mesa, se alinean, se componen en figuras diferentes y con gesto cariñoso pasan bajo sus ojos y conforman, ante mi asombro, la página del día.

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