Inminente peligro

Me quedé sin tono, con los pies orientados en dirección difusa, ¿hacia dónde seguir o en qué posición ponerme, ante mí mismo y ante los demás? No es la primera vez que recibo esta información pero es la primera en que comprendo que estoy tan involucrado como todos a pesar de lo desproporcionado y aparentemente remoto. El sol, que ya sabemos que es un organismo vivo cuyo movimiento constante obedece a una fuerza que supera millones de veces nuestro conocimiento de la mecánica de la acción, está en crecimiento constante. Y tiende a seguir. Conforme crece abarca más espacio y amplía su campo gravitacional. Y esto que ahora nos trae de cabeza, lo del cambio climático, lo de que se están deshaciendo los glaciares y los polos están perdiendo la capa de hielo que los hacía prácticamente inaccesibles, con lo que están abriendo la puerta a la rebatinga de los que ya están empeñados en imponer derechos (más chuecos no los podrían haber encontrado) para explotar los yacimientos de hidrocarburos; esto, digo, que parece el anuncio del Apocalipsis en la boca de Greenpeace y un montón de otras organizaciones, no es más que un granito pasajero, un sarpullido de los muchos que le salen a la tierra.

Porque el peligro verdadero es que la tierra va a desparecer engullida por el sol o en el mejor de los casos quedará dando vueltas a su alrededor como chatarra incandescente absolutamente inhabitable e inservible. ¿Y qué va a haber de la resurrección de los muertos y de la vida perdurable? ¿En qué va a quedar la eternidad? ¿En unos ya rescatados de la debilidad pasajera de la muerte y dotados del perdón pero condenados a ser judíos errantes en las galaxias busque y busque el Paraíso en el que habremos de gozar la eterna paz de la contemplación? ¿De la contemplación de semejante caos? Porque a mí ya no me la pegan de que eso sea un fenómeno exclusivo de nuestro sistema solar; si pasa aquí es que así pasa en todas partes. Y los que no alcancen a salir a tiempo, me van a decir ahora que serán los condenados al Infierno –vigente ya de nuevo- que se quedarán en esas temperaturas, capaces de fundir los más duros basaltos y los cristales más puros, a pagar la culpa de haberse acostado con su mamá o de haberle quitado el trono al hermano con un mal golpe, de que resultó con la cabeza molida?

Dentro de unos seis o siete mil millones de años, acaban de calcular unos astrónomos de las Universidades de Guanajuato y Susex, habrán ocurrido tales transformaciones que esto esté irreconocible. Para entonces tendrá que haber pasado mucho tiempo desde que se tenga que haber resuelto a ver a dónde nos vamos, y qué nos llevamos, porque no va a estar tan fácil deshacernos de todo y cambiar completamente nuestro modo de ser. Las naves espaciales, sí, las estaciones entre las galaxias, todo eso, Ok. pero ¿los libros, el retrato del cumpleaños, el mantel tejido a gancho por la abuela, la bolsita con los dientes de leche del hijo mayor, la concha recogida con las manos de ambos en la playa Careyes? ¿Todo se irá a la mierda y quedará la esencia requintada de la desolación? ¿O quedará ahí parado y riéndose este narrador incompetente que espera hasta que relato en primera persona para venir a decir que lo suyo es hacerlo así para darle verosimilitud al discurso, pero que el verdadero autor es él?

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