Sueños que hacen click

¡Qué impredecible es la noche, de veras! Tosía como una gallinita de feria, de esas que tienen un hilo que al recorrerlo transmite el ruido hasta la caja de resonancia que es su propio cuerpo vacío, y no podía detenerse; la respiración era de esas de historieta en las que el personaje jala aire desde fuera del cuadro que le corresponde. Mala noche –pensó- esto pinta a insomnio, preparémonos, al cabo el caudal tiene ya infinidad de acervos y entretenimientos, saquemos el muestrario y escojamos, algo habrá que no sean escaleras al infierno. Y cuando vuelvo a saber de él, profunda, pero profundamente dormido, es cuando se levanta, pasadas las seis, a hacer pipí tambaleándose como si tuviera una borrachera de caricatura, tanto que se mojó el faldón de la camisa de la piyama y se la tuvo que quitar para volverse a la cama. Insólito. Él que es tan cuidadoso y pulcro para las cosas del cuerpo que tienen que ver con el rechazo de los deshechos, como si pertenecieran a una categoría moral que no puede alterar la idea de sí mismo con que vive. Como si la moral tuviera que ver con los orines, ¡qué confusión tiene el pobre!

Pensé que seguiría durmiendo por las mismas rutas y completaría la cuota que se le ha ido imponiendo últimamente. Pues como si fuera un inventor de algos, un fundador de reinos, entró al sueño y deshizo toda expectativa. Cuando me di cuenta de por dónde andaba tuve que poner todos mis sentidos para no perderme –si es que alguien, aunque sea el más completo narrador de intimidades que haya puede no perderse en el berenjenal de los sueños-. En lugar de tomar los materiales que había dejado pendientes, se dirigió hacia un amontonadero de chatarra entre la que sólo una imaginación muy poderosa podría encontrar forma válida porque era todo como un desguazadero de fierros retorcidos, de sobras de un material ya utilizado hasta sus últimas consecuencias y dejado como auténtica basura sin redención. Ahí lo vi de pronto removerse, coger bloques enteros y comenzar a darles sentido, rearmar posibilidades de signo impredecible; cambió a unos sueños creativos -imbéciles, sí, sin ejemplo y sin sabiduría, sin miel que escurriera para sentir dulces los labios al despertar- en los que entraba él mismo a un reino de súper héroes capaces de enmendar las condiciones del mundo y se puso a construir escenas. Creíbles y modernas.

Ahora tiene que levantarse y preparar el ánimo para hacer unos chiles rellenos; ya hizo ayer el picadillo; hoy hay que asar los chiles y limpiarlos cuidadosamente para que no se rompan y no se les salga la materia; hay que capearlos y freírlos y dejar que la hora de la comida nos sorprenda en fiesta. Llegó y le dijo al carnicero –quiero un pedazo de carne roja picada que no tenga nada de coberturas blancas porque la pienso servir cruda y no quiero el confeti blanco de la grasa por doquier. Cebolla abundante en la cazuela de barro con un poco de aceite, un diente gordo de ajo; laurel, tomillo y mejorana; luego la carne, sal y pimienta, chorrito de vinagre; molió cuatro tomates verdes y los vertió en el picadillo; integróse todo y añadió perejil picado, piñones rosas, almendras tostadas y pasitas, y lo apagó. Hoy me tengo que armar de valor porque parece estar entusiasmado con la tarea que le espera. Y yo, no digo que sea su nana, pero tengo que estar al tanto de todo, sobre todo si tose mucho, aunque parece que hoy no. Ojalá.

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