Cuéntense bien

Hubo un tiempo en el que la ciudad de México puso en mi criterio y mis acciones la parte dependiente del gobierno local de sus servicios culturales –la vida es así de inesperada y rara-; con un grupo magnífico de personas ideamos cosas muy variadas para cumplir el encargo lo mejor que pudimos y aunque fue un periodo de gobierno anormalmente breve, logramos modificar algunas viejas lacras y darle un respiro a la ciudad. Propusimos una política cultural coherente y aplicamos a ejecutarla cada centavo del presupuesto, dos secretos invaluables que le paso al costo a quien le sirvan. Uno de los programas más notorios que hicimos fue convertir el Zócalo –la plaza central de la ciudad- en centro cultural, quizás el más grande del mundo, en el que ocurrieron y siguen ocurriendo, toda clase de actividades artísticas y celebratorias de participación colectiva, y ahí aprendimos a calcular más o menos –tantos metros cuadrados de pavimento, tantas personas por metro- cuál puede ser la afluencia de personas a un acto masivo. En los conciertos más exitosos, como Manu Chao, Café Tacvba o Los tigres del norte, en los que literalmente estuvo saturada la inmensa plaza, había unas ciento cuarenta o ciento cincuenta mil personas.

De modo que cuando aquí me dicen que hubo en Paseo de Recoletos, entre Plaza Colón y Cibeles dos millones de almas, no me queda más remedio que pensar en cuán delgados se conceptúan a sí mismos algunos españoles o qué manipuladores y exagerados son los organizadores de los actos. El objeto de la reunión de ayer, a dos meses de las próximas elecciones generales, era mostrarle al gobierno la fuerza de la iglesia católica en la vida española, y vaya si se nota, pues no sólo convocaron –acarrearon, decimos en México, porque pusieron miles de autobuses gratuitos desde toda la península para traer contingentes a la capital, en domingo y 30 de diciembre- a más de cien mil personas sino que el Papa mismo, por teleconferencia en una pantalla gigante se hizo presente aunque no pudo lanzar su mensaje por fallas en el sistema de audio. Para mí, que provengo de un estado laico, con clara separación de poderes –al menos cuando me formé y conocí el mundo, era así- es un escándalo que un jefe de estado extranjero participe en un acto político nacional sin que haya una clara respuesta diplomática de altos vuelos.

Alegan los obispos que en España ha habido un evidente retroceso en la defensa de los derechos humanos por algunas modificaciones a la legislación que se han hecho o se han discutido recientemente, como el matrimonio homosexual, el divorcio voluntario, la educación para la ciudadanía, el aborto en ciertos casos o la muerte asistida por decisión propia, todos programas de corte social que haciendo a un lado los prejuicios religiosos buscan mejorar la calidad de vida de las personas en una sociedad que no acepta ser obligatoriamente cristiana, como parece exigir la iglesia. Pero todo tiene matices y hay que estar al alba para ver por dónde se le asoma la cola al diablo, y para muestra baste un botón al que ayer no se le dio ni una puntada: un encanto de obispo español declaró esta semana, a propósito de la pederastia, que hay niños de doce o trece años que no solo aceptan los acercamientos indebidos sino que los pobres curas tienen que cuidarse, ¡porque los provocan! Y toda la Iglesia calló. ¡Aguas, se le ve la cola!

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