Pobre. Y no es por pobretearlo porque ven que soy el primero en darle ánimos y exaltar sus situaciones, sobre todo las penosas, con la mejor prosa que puedo para que por lo menos quede como un caballero elegante, como el principio de la página de ayer que la verdad me quedó bordado para haberse tratado del estreñimiento que le provocan las medicinas. Pero hoy digo que pobre porque pienso en los gacetilleros de antes, los que llegaban corriendo con el asunto caliente a la redacción y ya los estaba esperando el linotipista gordo sentado frente a su inmensa máquina mágica para ir haciendo los plomos casi al tiempo que se iban redactando, sin oportunidad de jugar ni de imaginarse caminos adornados para pasear las palabras y que se llenaran de aire y mundo. Crudas como pambazos a medias salían las ingratas para medio informar del horroroso crimen de la calle de Azotadores, en donde el degenerado acabó matando hasta al canario en su desesperación de no haber podido pegar ojo en todo el transcurso de la infausta noche llena de alcohol y perversiones. La del mío no tuvo alcohol ni nada de fiesta porque está a medio tratamiento y su disciplina es espartana, por más agua que se le hace la boca no se toma ni un traguito de cerveza, mucho menos de vino o de mezcal, qué esperanzas.
Pero la desesperación por la que pudo haber estrangulado al perico venía de la tos, esta vez sí se le pasó la mano, ni con pastilla para dormir pudo escaparse de los malditos sacudimientos secos que lo fueron llevando a la desolación más negra, y a mí me tiene escribiendo a toda máquina los hechos escuetos porque se tiene que ir al hospital y aunque no hay hora fija para que lo atiendan, hoy le toca la sesión más larga, como de dos horas y media y si llega a la hora de la comida ve tú a saber a qué horas vendrá. No pasa nada, claro, venga a la hora que venga comerá con tranquilidad y Milagros lo estará esperando con bondad y paciencia; pero ya ven cómo es, que le gustan las rutinas, hacer sus cosas a la misma hora, repetir el ritual para sentirse cómodo, y como se despertó tarde porque por fin se pudo dormir más o menos de corrido las dos últimas horas, está nerviosísimo pensando que ya no le va a dar tiempo de nada. Como si necesitara tiempo para algo.
Mejor le hubiera aconsejado que escribiera su nota ayer en la noche, cuando leyó en la prensa lo de la iniciativa del presidente para cambiarle el nombre a México. Le entró una preocupación enorme, no por el cambio, que le parece perfecto y que debió hacerse hace muchísimo tiempo, sino por la oportunidad política para hacerlo. Los mexicanos somos muy sensibles a los temas patrióticos y con que alguien encuentre un hilo que torcer no digo si no le va a armar la cuerda del ahorcado, porque como tiene en contra el poco margen democrático con que cuenta para ser presidente hay un demonial de millones de mexicanos que no más están esperando a ver qué dice o qué hace para oponerse. Ojalá que no y que la iniciativa sirviera, al contrario, para unir voluntades y llamarnos como deveras nos llamamos. Porque a nadie nos ha gustado nunca ser Estados Unidos Mexicanos. Y aquí lo dejo por lo pronto porque ya se tiene que ir mi muchacho al hospital. Ni modo.