Pedacería de sueños

Aquí, al maestro Aura, se le ha hecho un poco bolas el barniz. Desde el día del aniversario algo se torció y no hay manera de enderezarlo, y como encima de eso, le coincidieron los días con la quimio y con una escalada de la tos, ya no sabe el pobre dónde hallar reposo para sus desventuras. Me dan ganas de ayudarlo pero no sé cómo; quisiera quitarle esa mirada de animalito desvalido con que me lo encuentro a cada rato. Órale, maestro, ánimo –le digo-, él entonces hace los ojos más redondos, alarga hacia abajo la quijada, entre abre la boca como si fuera a cantar un aria –como esos angelitos de coro navideño- y tose como diciéndome y qué quieres que haga, güey. Anoche estábamos viendo un capítulo de una serie de televisión –digo que estábamos porque aunque él parecía estar solo en esa actividad mientras Milagros seguía estudiando cómo remediar las peripecias del punto com, yo, invisible, incopóreo, insustancial, estaba (como estoy siempre) a su lado, porque tal es la condición de los entes verbales- y de repente le dio sueño, aunque no era tan tarde como las noches anteriores. Pues qué te importa -le susurré-, tú acuéstate y duérmete y si te despiertas temprano pos haces cosas temprano en lugar de estarlas haciendo ahorita. Y me hizo caso.

Total que hubo menos interrupciones que otras veces y el hombre durmió como seis horas, pero aun así parecía que le quedaba mucho sueño untado por todo el cuerpo; a donde quiera que se tocara encontraba un bultito, un leve promontorio, una purulencia, un resguardo, un remanente de sueño de ve tú a saber cuándo porque como lleva tanto tiempo pasando noches titilantes es normal que le queden residuos por donde quiera, así que sin necesidad de mis consejos se acomodó de otras maneras y compró veinte minutos acá, media hora allá, hasta que se hizo tardísimo para cumplir con su diaria obligación de escribir esta página. Porque ahora, cariño –le dije- es hora de irnos al hospital; tráete tu compu si quieres para que escribas mientras te ponen los jugos pero no vas a poder publicar hasta que regresemos a comer, como ayer. Me miró con preocupación y disgusto pero yo sé que en el fondo estaba más bien contento de haber podido dormir aunque fuera en pedacería.

Lo otro es lo que preocupa, lo de la dirección de la página porque aunque no me lo digan veo clarito que cientos de lectores potenciales se han perdido; quisieron entrar, no pudieron y se fueron a otra parte. Ay, se desvanecieron en el éter y materializarlos de nuevo costará sangre y sonetos. Pero es que cuando veo el desánimo con que mi ahijado -¿o cómo llamarle al que voy siguiendo con el único afán de describirlo?- se achicopala al ver el cómputo de los que eran y de los que ahora son, no puedo evitar que el corazón se me acongoje. No te apures, le digo, volverán a llenarse las eras con el trigo que venga, se multiplicarán los rebaños y nuevos enjambres criarán nuevas abejas reinas para prodigarte panales abundantes, no chilles. Ya vendrán tiempos mejores. Míralos, míralos, ya vienen, son esos que hacen aquella polvareda.

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