Mi narrador me entrevista

Yo que esperanzas que hubiera elegido la migración , ni se me hubiera ocurrido; no era nada que me hubiera planteado nunca y ya no estaba tan pollito, ya tenía cincuenta y siete, y tenía suficiente prestigio y relaciones en mi lugar como para seguir viviendo con buen trabajo y tan contento, y para el exilio no tenía razones –dice-, tanto que ni quité mi casa ni me traje muebles ni nada, la dejé puesta para volver; voy y hago este trabajo y en dos, tres años estoy de retache a ver qué cosa se me ocurre emprender. Es cierto que estaba solo pero solo había estado muchas otras veces y no por eso iba a salir del país a buscar fortuna en otra parte, pues qué ocurrencias. Ni fortuna ni compañía; al contrario, esas sí me costó un poquito dejarlas, pero no es el momento de hablar de eso; a ver si luego me animo y te platico mis romances de senectud. Tenían su chiste.

Me ofrecieron un trabajo digno y en buenas condiciones, respetable y bien pagado, y pensé, ¿por qué no?, nunca he vivido en otro país, Madrid suena perfecto; mis hijos en NY están casi tan cerca (o tan lejos) de mí como desde la ciudad de México: o ellos vienen o yo voy; voy a tener oportunidad de viajar por Europa y de probar otras costumbres y otra manera de entender la vida cotidiana, que tanto me gusta. Y alegremente me fui. Me vine –dice, porque está marcándose un monólogo interior de esos que en lugar de ir por las ramas, como deben ser, todos descuajeringados, echando a volar ocurrencias como piezas sueltas, los arma redactadas como para entrevista. Yo digo que no sabe pensar, ni hablar consigo mismo; no se le da la introspección; más de una vez le ha dicho su doctor que le escriba por e-mail sus sensaciones, sus estados de ánimo, lo que se le ocurra, como dictado automático, y lo que hace es contarle unos dramones de momentos dolorosos de su vida que recuerda con muchos trabajos, pero eso sí, muy redactaditos y limpios-.

Si la verdad yo no sé por qué no me regresé en seguida; pero fue lo mismo: no tenía prisa por irme a vivir en otra parte, aquí estaba bien, tenía una novia bonita y con la que me encantaba estar y una casa de lo más trespiedras en el mero centro de la ciudad. Mis hijos en un santiamén se habían hecho adultos y aunque ellos sí se habían regresado a México, cada quién vivía ya por su cuenta así que no iba a volver a cuidar de mis pollitos. Unos cuantos ahorros que tenía me alcanzaron para vivir unos meses mientras me conseguí otro trabajo en México pero para seguir haciéndolo desde acá. Y además, la chiquita me gustó para formalizar y nos casamos. Y en eso, ¡sópatelas!, que me viene el ramalazo. Hace tres años. Roberto, con más ojo clínico, vio algo sospechoso y quería que me hicieran un PET en la UNAM, en una de esas que fui a México y aprovechaba para que me revisaran mis amigos médicos, pero Luis dijo, no, pobre, para qué lo sometemos a la tortura de la inyección de material radiactivo que le tienen que poner, ya ves qué collón es para las inyecciones. No, pues de todos modos me lo tuvieron que hacer pero seis meses después. ¡Híjole, ya me puse a contar la historia de mi vida! ¡Ya llegué hasta el cáncer! ¡Ya párale!

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