Las alas van atrás

Los coches eran cada año más largos, crecían hacia atrás con más lámina y diseño; se parecían a las figuras míticas cuyas alas los impelen para proyectarse a velocidades inimaginables que sean capaces de llevar un mensaje de Zeus desde las alturas del Olimpo hasta, digamos, la cóncava nave en la que Aquiles está haciendo su entripado, y entregárselo a tiempo. En ese lenguaje del diseño nada podía detener el crecimiento de las alas y el sueño vertiginoso de la velocidad. Empezaba la segunda mitad del siglo y un remolino arrojaba de sí oleadas de viento tan aceleradas que había que empatar los coches, los vehículos por antonomasia, con el sueño de todos. Tú tendrás un coche tuyo y tendrá unas prolongaciones de velocidad, casi aire, que te darán la identidad del tiempo en que te tocó vivir. Ver el coche del año era un privilegio de la edad -tan atenta a esas minucias-, porque con todo y ser la ciudad de México una enorme capital, los modelos nuevos comenzaban a circular hasta los primeros meses si no es que hasta mediar el año. Eran caros. Y los ricos eran pocos. Lo que va de ayer a hoy, ¡cuando los coches los compraban los ricos!

Porque ahora que venía del Hospital de la Princesa (ya ven que con frecuencia me vampirizan y he de ir en religiosas ayunas a que la curiosa agujita culebree entre el verde azuloso de mis venas para ver qué jáis) me fijé que la mayor parte de los nuevos modelos de coche son rectos en la parte trasera; claro, con que corten el aire por el frente, lo de atrás qué importa. Lo aerodinámico se cumple contra el tiempo que viene no contra el pasado. Y las cajuelas (o maleteros, como acá se llaman) ya no tienen necesidad de acoger hasta dos cadáveres al mismo tiempo; puedes decapitar a tus muertos y llevarte sólo las cabezas en bolsas de tamaño adecuado, como muestra. Porque el espacio de aquellos Chrysler o Chevrolet de fines de los cincuenta era tal que cabía completa una asamblea de matones. O lo que les quisieras meter: mesa, sillas, canastas, una caja de hielo con cervezas y tocadiscos para el día de campo.

Y han crecido hacia arriba, de regreso. Porque cada vez estaban más pegados al suelo, con lo que los muchachos quedábamos muy complacidos pero las personas mayores teníamos que doblarnos más cada vez para entrar y salir. Ahora, en cambio, uno se mete al coche y ha de apoyarse en el estribo. Seguramente los que inventan los coches ya entendieron que como las unidades se van volviendo innecesarias y superfluas y ya casi nadie tiene que llevar mensajes urgentes desde el Olimpo a los campos de batalla –ni pueden ir muy rápido, por más que quieran y estén capacitados, porque no hay espacio-, más vale volver a hacerlos cómodos y amplios por dentro para que las persones citen a charlar en el salón de su coche. Pronto volveremos a los carruajes de seda y terciopelo y modernos dispositivos surtirán, sin casi ocupar lugar, café, coñac y deliciosas rosquillas recién calentadas, mientras hablamos de cuando los coches crecían con las alas para atrás.

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