Tratamiento alternativo

Lo de los antibióticos está muy fácil: un bichito maligno se introduce en nuestro cuerpo y encuentra condiciones a gusto para desarrollarse; no está en sus planes importarle si nos destruye o nos ayuda a mejorar, hace lo suyo al margen del bien y el mal; hace, sencillamente, lo que la naturaleza le tiene marcado hacer; viene entonces la ciencia y descubre que hay otros bichitos por aquí y por allá que lo pueden atacar y destruir adentro de nuestros propios órganos, en donde está parapetado y le prepara las estrategias y las dosis necesarias para combatirlo; de esta manera se curan las enfermedades infecciosas. Con la información general que uno tiene alcanza más o menos para entender este procedimiento, aunque cueste trabajo discernir cómo en universos tan minúsculos la inteligencia se las arregla para ordenar el trabajo y saber qué acciones le toca a cada parte y en qué proporción se debe disponer de esto y de aquello; aunque es lo de menos: se estudia y se aprende. Pero hay cosas que cuesta más trabajo comprender. O imaginar siquiera. Como las del riesgo corrido durante inacabables generaciones para probar los elementos de la naturaleza hasta sonsacarles el secreto. ¿Te imaginas –piensa abismándose- cómo se fueron obteniendo las fórmulas de los venenos? ¿Cuántas pruebas involuntarias hubo que registrar hasta tener la certeza de que tal planta produce una sustancia que si te la tomas te mueres? O peor: las pruebas voluntarias, los extractos de acónito, de cicuta, de beleño, escondidos en los fondos falsos de los anillos de los cuentos en los que la malvada envenena al rey.

Hay, claro, otras formas más complejas que aunque cueste muchísimo trabajo, uno se imagina que lo puede entender, como la quimioterapia, vaya, que al fin de cuentas ya no son bichitos contra bichitos pero son artilugios preparados desde fuera, desde el laboratorio, para combatir deformaciones que hay dentro, por decirlo de la manera más fácil, y que hay que introducir en el cuerpo enfermo para que actúen. Y parece que sí, que acuden a donde los mandan y destruyen las células en rebeldía, lo que no garantiza la curación del enfermo porque en torno a esa mecánica hay mucho mar de fondo: primero, que no destruyen tan selectivamente sino que lo hacen a bulto y debilitan todo el sistema de defensa del propio cuerpo, con lo que se disminuye su capacidad natural de recuperación, y luego todo lo que se ignora: por qué se rebelaron esas células, qué pasa con las que debieran actuar espontáneamente como defensas, cómo se las arreglan las atacadas para buscar su supervivencia desplazándose hacia otros territorios en el mismo cuerpo. Y un montón de cosas que tienen y no tienen respuesta.

Pero lo que me tiene anonadado es el origen y el desarrollo de formas de curación alternativas, como la acupuntura. Según eso, a lo largo y ancho de todo el cuerpo hay puntos conectados entre sí con los órganos y las vísceras por una electricidad que se pone en movimiento y estimula la acción defensiva de las partes. O algo así. Si me ponen una aguja en un punto determinado de la mano, o de la oreja, el sistema nervioso manda mensajeros a corregir tal o cual error que está cometiendo un órgano que recibe la orden de enmendar sus errores. No; imposible comprenderlo. Pero el caso es que empezaron a ponerme agujas para ver si con eso se contiene la tos –me dice en medio de un acceso en el que veo cómo al pobre se le acaba el aire que respira y parece que los ojos se le quieren saltar. Ojalá que le sirva-.

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