Lo que celebran en la playa

La verdad es que la política es un arte muy difícil. Uno los ve desde fuera y dice, ah, qué mensos, debieran hacer esto y hacer aquello. Pero dentro, tener el poder para sostener lo que se cree que se debe hacer, es el riesgo mayor que pueda haber porque entonces tendrá que enfrentarse con otros poderes que creen otra cosa. Como le pasa a la política mexicana ante la de EEUU, por ejemplo. Hoy vemos relajado a nuestro hombre en Madrid porque el puente de mayo da una tregua, al menos en las batallas abiertas y en las confrontaciones que tan entretenidas le resultan en las entrevistas. Pero también le da pie para pensar en la razón de este descanso: El caso fue –piensa, pues- que Napoleón quería aniquilar la influencia británica en Portugal y vio de paso que Carlos IV, el del “Caballito” de México, no estaba ya tan bien parado con sus reinos porque seguía queriendo gobernar de manera absoluta, por sus pistolas, a pesar de que la Revolución Francesa había sembrado un montón de ideas nuevas en el mundo; entonces le pidió permiso a Charly boy para atravesar España con sus ejércitos con objeto de ir a Portugal a convencerlos por las buenas o por las malas y seguirse luego para el norte sin el estorbo de los ingleses –pero esa ya es otra historia-; Carlos IV estuvo de acuerdo hasta que se dio cuenta de que estaba invadido por los franceses y no le quedó más remedio que abdicar a favor de un hermano de Napoleón que se hizo rey de España y de todas sus posesiones, incluido México, cosa que a los españoles que vivían en la Nueva España (todavía no existía el concepto de país que tenemos ahora, eran españoles de allá) no les gustó y trataron a toda costa de luchar desde allá contra el nuevo rey francés y las ideas liberales que tenían los franceses, incluida la disminución del poder de la iglesia en el gobierno y la liberación de las mercancías a todos los mercados posibles sin monopolios ni controles estatales, más la creación de un poder alternativo a la voluntad del rey formado por el nombramiento de representantes populares que redactaran una Constitución y crearan unas Cortes dedicadas a regular la aplicación de las decisiones colectivas. O sea, una política nueva y muy apetecible para las mayorías de indios y mestizos que vivían bastante jodidos bajo el régimen colonial que les negaba toda igualdad jurídica y todo derecho de ciudadanía. Entonces fue que los conservadores –nobles, iglesia y buena parte de la clase política, allá y acá- encabezaron las revueltas en contra del rey francés y con la intención de reponer al que llamaban su legítimo, a Carlos IV; lo hicieron al fin los españoles con la Guerra de Independencia, pero no pudo con el paquete y abdicó en su hijo Fernando VII, pero este güey resultó también absolutista y no quiso adoptar las nuevas ideas que habían salido de la Revolución Francesa e iban poco a poco imponiéndose en el mundo, como lo último pensado para darles derechos y oportunidades a todos –los que sí tomaron estas ideas fueron los gringos y la verdad es que nos guste o no a ellos sí les fue a toda madre-. Finalmente, Fernando, “El hijo de El Caballito” perdió México y casi todas las demás colonias, lo malo fue que allí empezó un siglo de batallas entre los liberales y los conservadores, que por desgracia no ha terminado doscientos años después aunque ya sus ideologías sean obsoletas, en donde no fueron tomados en cuenta ni los indios ni los mestizos, sino los mismos de siempre, los que ahora siguen manejando el país a través de los partidos políticos. -¡Qué chinga, hermano! Pero ¿ves cómo ahora sí te dejé hablar solito?

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