Dormir otro poquito

Ni escribir, ni trabajar, ni pensar, ni nada; que ni siquiera me llegara de pronto una sorpresa –ay no, que no se le ocurra al destino mandar en este momento ninguno de esos artefactos explosivos que bloquean el ruido de las más particulares selvas, las que pueden estar más tranquilas en sí mismas, y meten en su vorágine a quien los recibe, quiera o no quiera-, ni aunque fuera de esas agradables que uno imagina recibir cuando menos las espera para potenciarlas como sorpresas grandes y poder guardarlas en la memoria teniéndolas siempre a mano para contarlas en los corrillos en los que es necesario lucirse o al menos dejar huella de lo que se aporta con voz clara y fraseo deleitoso; me gusta frasear cuando cuento algo que considero emparentado con las golosinas, qué le vamos a hacer, soy de los que se multiplican al compartirse; pero no, hoy no, hoy lo que quiero es dormir, tenderme acomodado de tal forma que no sienta que tengo cabeza, ni huesos que han de cargar con el peso de la carne, ni órganos que se apachurran unos con otros y se obstaculizan sus funciones a tal grado, a veces, que se ven en la necesidad de corregir periodos completos de trabajo sin ejecutar porque el órgano estaba obstruido; que se haga un solo bulto con todo lo demás que completa mi desguanzada persona y como si fuera un saco de ropa desacomodada por dentro cayera sin pensar en gracia ni elegancia; olvídate de las camisas de lino –piensa- o de los pantalones de rafia o algodón muy suelto, olvídate de calcetines o pañuelos de seda y de todo aquello que pudiera representarte algún cuidado o atención; nada: un saco de soldado raso de regreso de sus campañas; ya combatió, ya tuvo sus momentos de gloria y sus intensos desgarres, ya le cayó la intemperie sobre todo lo que podía caerle para capearla, y todo agujero, todo raspón, toda desgarradura han encontrado sitio para glorificar la gesta, imagínate si esperan cuidados de señorita cuando tienen lamparones de sangre, lodos amasados con lo más podrido del mundo vegetal, huellas de convivencia con todo lo que la razón busca evitar. Pura y llanamente fibras mal acomodadas para que las desplacen como sea y las lleven a lavar a donde se pueda, a donde encuentren un generoso ambiente de agua y jabón que pueda devolverles la ingenuidad primitiva con que estuvieron listas para servir al que las porta en su maletín de viaje o en su mochila de lona. En fin, que no sé si me estoy dando a entender, que no quiero ninguna relevancia, ni acción, ni protagonismo; quiero acostarme a dormir porque dormí mucho menos de lo que estaría bien visto en mi círculo interno de intereses. Tenía que ir a que me hicieran una tomografía en el hospital y antes de que sonara el despertador ya estaba yo sentado en la orilla de la cama calibrando el grosor y la capacidad de raspar de las arenillas que me llevaba en los ojos, y bañado antes de que la inconciencia me pusiera a cantar sin darme cuenta. Con todo el ritual cumplí. Ya vine. Ya estoy de regreso y tengo que ponerme a escribir la página del día de mi blog –insiste, recriminándose- pero no quiero, no lo voy a hacer, voy a dormirme un rato primero, y luego ya veré, ya veré.

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