-Vaya bronca en la que este muchacho está poniendo a la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo; el Hombre Bala, digo, Oscar Pistorius, este muchacho surafricano que está empeñado en correr en las próximas Olimpiadas. Si yo estuviera en el círculo de esa discusión y obligado a dar mi voto para aprobarlo o para rechazarlo, estaría metido en un serio conflicto; no sé tú-, me dice mirándome con malicia, como buscando la duda dentro de mis ojos, porque tal vez piensa que yo, como narrador, tengo la obligación y la capacidad de ser imparcial-. Claro está que es muy meritorio que quiera hacer a un lado sus características y correr con la absoluta normalidad de un muchacho de su edad que se sueña recibiendo medallas de oro en el podium de los vencedores, y por supuesto que tiene derecho a pensar que lo merece, como cualquiera, y que el tener prótesis en lugar de piernas no tiene por qué ser obstáculo para competir con los demás. Tratar de evitárselo sería una discriminación y por lo tanto un acto de desigualdad en la aplicación de la justicia.
No es un hombre biónico, no tiene hechas adaptaciones electrónicas o con cualquier otro poder externo que le permita manejar una parte de sí mismo como si fuera una máquina potenciadora de sus capacidades naturales, tiene simplemente unas extensiones físicas de quita y pon que le permiten sostenerse sobre ellas y desplazarse con tanta soltura que ha sido jugador de rugby, de futbol y de tenis, así que ya se verá si se siente normal y seguro con su uso.
A los trece meses le detectaron una malformación en las piernas que le causaría, según los doctores, serios problemas en la adolescencia (la información de prensa no desmenuza la gravedad de los problemas ni en qué consistirían, lo que deja un amplio margen a la especulación) de modo que sus padres tomaron la difícil decisión de hacer que le amputaran ambas extremidades y le aplicaron prótesis que fueron cambiando periódicamente conforme el niño crecía, y al chiquito, en lugar de llamarlo la filosofía o el magisterio en historia o el apasionante riesgo de la Bolsa, le dio por soñarse corredor y se ha estado entrenando para ser campeón olímpico. Maravillosa muestra del libre albedrío en materia vocacional y menudo ejemplo de las cosas difíciles que pueden plantearse en la convivencia de los seres humanos y del coraje con que un hombre puede enfrentar sus limitaciones.
Él se ve en problemas porque entre que lo aceptan y no lo aceptan ha perdido tiempo de entrenamientos y no está en la marca del campeonato, aunque dice que no le importa, que si no es este año será en las próximas Olimpiadas de 2012.
Por otra parte, el carecer de carne, sangre, huesos, piel, músculos y sensibilidad en la parte inferior de su cuerpo, la que tiene el contacto directo con la tierra, ¿le permite considerarse en igualdad de condiciones que todos los demás corredores? ¿El no tener capacidad de sufrimiento en esa parte de su cuerpo debe ignorarse? ¿Cómo valorar el hecho de que él vaya sobre unos adminículos metálicos que tienen una relación diferente que las partes humanas con la tierra? No sugiero que esté en ventaja ni me atrevo a insinuar lo contrario, pero ¿cuál es el principio de la competencia deportiva?, ¿no lo es acaso el que en igualdad de condiciones de desarrollo, juventud y fuerza se pruebe quién puede llegar más lejos en el esfuerzo de superación? ¡Qué endemoniadamente difícil está el caso! Para mí, al menos.