El trayecto

Ni idea tengo de la regular o irregular frecuencia que habrá habido en los viajes entre Europa y América antes de los barcos de vapor, cuando todo se encomendaba todavía a las velas y al viento y el mismo vehículo servía para mandar ejército, armas, religiosos, exportaciones, burocracia y pasajeros interesados en lo que entonces se conocía como “hacer la América”. Supongo que viajarían cada vez que se pudiera y que el conocimiento de los vientos y las condiciones climáticas normaría la frecuencia de las salidas, tanto en uno como en otro sentido y que cada año se modificarían los planes de acuerdo con las bajas que hubiera generado la piratería con la que ingleses, franceses y holandeses se nivelaban en la repartición de beneficios que le producían a Europa las llamadas Indias Occidentales, porque el mismo barco que había ido con piezas de tela y productos manufacturados, con odres de vino y vasijas de aceite volvía con cofres de dinero amonedado de oro y plata; cuando no, con los metales en lingotes para ser procesados de acuerdo con las necesidades del momento en Europa; con los haberes de los indianos que se suponían ya suficientemente ricos y querían volver a disfrutar su fortuna en sus pueblos de Extremadura o de la vieja Castilla y con el fruto de todas las exacciones de productos naturales que hacía la corona de lo que aquellos pueblos salvajes producían, el cacao, el henequén, los tintes variados como el palo de Campeche.

Otra cosa muy distinta sería con los barcos de vapor porque esos sí se podían programar con relativa seguridad; su duración estaba más controlada y se podía poner, de manera razonable, fecha de partida y fecha de regreso; al mismo tiempo se podía tener más control militar sobre las rutas que tenían fechas previsibles para la ida y venida de los barcos y sus cada vez más abundantes mercancías, aunque ahora ya no fueran todas a beneficio de los monopolios del estado sino constancia de la apertura del comercio liberal entre particulares, principio que hacía rabiar a los absolutismos como el de Fernando VII pero que con su lógica implacable iba demoliendo la vieja idea del estado y creando nuevas formas de organización inspiradas en gran medida en las ideas de la Revolución Francesa y actualizadas constantemente por el pensamiento económico y filosófico que daba grandes pasos en el siglo para entenderse y explicar la realidad que iba y venía en los barcos sin que nadie pudiera detenerla.

A fe que ahora. Ya desde la primera vez que viajé a Europa, en 1965, habían desaparecido los viajes en barco de pasajeros; ya era por avión a fuerzas y desde entonces hemos visto incrementarse el tamaño de los aviones, su capacidad y su frecuencia, lo que no quiere decir que no siga habiendo una frecuencia constante de viajes por mar con barcos que llevan y traen toda clase de mercancías producidas en ambas economías industriales, pero la malo es eso, que uno tiene que hacer por fuerza el antinatural desplazamiento que lo lleva en la mitad de un día a recorrer la cuarta parte del planeta. Y yo la verdad, no estoy para esas, ya lo creo que querría ir en barco, dormir cada noche sintiendo levemente cómo en un sentido se alargan y en otro se acortan los horarios pero sin que eso defina el orden biológico interior que tanto protesta cuando sale de aquí a media noche y llega allá a primeras horas de la mañana.

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