Nueva vida

Ya es domingo. Ya tengo el libro. Ahora la vida es otra cosa; dejo de ser la víctima obligatoria de Aeroméxico y de Iberia y extiendo la vara de mi elección a donde puedo decir esto sí, esto no, esto lo dejamos aparte para considerarlo después. Pero ya, si comprendo las clave de esta nueva sociedad de los viajeros que parten por partir, podré recobrar aquello a que renuncié cuando vine por vez primera a Europa convencido de que había perdido para siempre un modo de viajar que sería –así me lo imaginaba yo- mucho más acorde con mi alma, mucho más cercano a mi gusto y a mis intenciones; ¿yo que prisa tenía en llegar el mismo día de la salida de México a países tan remotos puestos en otro continente y con otros idiomas y otras costumbres? Ni competía con nadie ni tenía que hacer transacciones financieras que afectaran a la cadena global de oxígeno que mantiene vivas a las bolsas del mundo, ni tenía que comprar ni que vender nada que hubiera que despachar pronto porque fuera perecedero; lo mío era, y sigue siendo, una tranquila mercancía que se embodega sin riesgos en el fondo de cualquier mochila y no sufre ninguno de los agravios de la temporalidad.

Ahora todo es imaginarme, escoger en mi deseo esta o aquella ruta y esta modalidad de buque o aquella, la que más vaya con el primer soneto que se me aparezca en el panorama, y prepararme para cumplir con la parte activa del viaje, que no es comprar el billete y estar en el mostrador a la hora requerida, sino investigar, preguntar, imaginarme, leer antecedentes, calcular distancias, costos, tiempos posibles de desplazamiento. ¿Qué tal si llego a un puerto en donde no conozca a nadie ni sepa el idioma? Habrá que volver entonces a los gestos generales de la especie: cara de hambre, cara de sueño, cara de asombro, monedas en la mano y confianza en los demás. Y buscar en dónde se encuentra el barco que uno escoge y cómo se pone uno de acuerdo con ellos, con el capitán, para ver si tiene lugar y quiere llevarte. En qué lugar de qué puerto del mundo atraca para coger su mercancía y negociar con los viajeros del mundo que no quieren ir en avión. Y yo seré uno de esos ya desde este domingo, desde hoy.

Tengo que hacerme e la idea de que no hay que poner día exacto de llegada porque el mar está vivo y tiene un sin fin de entretenimientos para engatusar a las embarcaciones que lo cruzan, que los vientos y las corrientes y la flora y la fauna marinas toman parte en la realidad de lo que se mueve sobre el agua y esto ocurre en el tiempo, usa el tiempo, y si usa un tiempo determinado para una tormenta, por ejemplo, ya no lo puede usar para llegar cuando se le esperaba, sino otro día. Y pues ya que dejé de ser el sujeto pasivo de los viajes, me aplicaré a averiguar cómo hace uno para convertirse en parte activa y qué hay que ejecutar, cómo hay que comportarse ante algo que debí aprender cuando era jovencito y sano y estaba lleno de atrevimientos. Pero no importa –dice mirándose las manos- las manos todavía responden y no hay muchas cosas en la vida que no puedan hacerse cuando uno tiene la voluntad.

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