Calles de mi barrio

Las calles del barrio donde yo nací estaban todas trazadas a la perfección, cuadriculadas y medidas para que fuera lo mismo caminarlas de norte a sur que de este a oeste. Desde el río Consulado, al que le habían dejado en la orilla un cementerio y una capilla vecina a la fuente de la Tlaxpana, que había desaparecido a fines del Siglo XIX con su servicio de acarreo de agua desde los manantiales de Chapultepec, hasta el trazo urbanizable que llegaba –o partía, mejor; supongo que se urbanizaba del centro hacia los exteriores- a Ramón Guzmán, que acabó asumiendo su verdadera vocación de ser la parte central de la avenida más larga de la ciudad, la de los Insurgentes. Esto en cuanto al este y al oeste, porque norte y sur tenían como límites a San Cosme por un lado y a calle de las Artes, por el otro, que era una calle obviamente divisoria, a partir de la que había un jardín, un hospital, y hacía que la calle se convirtiera en una daga cada vez más aguda hasta acabar en Manuel María Contreras ya sin territorio para seguir su andanza por el mundo. Y digo que las demás calles eran cuadradas y estaban bien trazadas por respeto a mi memoria y por fidelidad a mi infancia porque en realidad si lo recuerdo bien, había una en el centro del barrio que era serpenteante; Guillermo Prieto, en su advocación de calle nunca fue recto, culebreaba y definió seguramente el trazo de calles como Serapio Rendón y Sadi Carnot, que no tenían el comedimiento urbano de las demás y eran largas y pesadas de recorrer.

No había árboles en las calles, esos fueron un esfuerzo de enriquecer la calidad de vida de los vecinos que hicieron sucesivos gobiernos de la ciudad, aunque supongo que principalmente el Regente de Hierro, Ernesto P. Uruchurtu, que mandó en la ciudad durante toda mi infancia. Como no iban junto con un programa de sensibilización la gente los destruía; los vecinos pensaban que producirían sombra asociada a la delincuencia, los muchachos se colgaban de las incipientes ramitas y los tronchaban y la gente en lugar de regarlos con agua limpia echaba las aguas de la cañería a la base de los arbolitos que morían en las peores agonías vegetales. No obstante, las que terminaban en San Cosme eran todas regulares, si hacemos de la vista gorda con la primera, junto al río, que comenzaba en alto y en punta, aunque luego tanto Río Consulado como Veláquez de León estuvieran correctamente trazadas.

Luego había otras irregularidades, debo confesarlo; dos o tres callecillas que servían para reacomodar la cuadrícula forzada y disimular sus imprecisiones. Por lo que mi primera aseveración tiene muchos asigunes, ya voy viendo, no eran tan perfectas como las recuerdo al primer golpe. Lo bueno es que puedo rectificar, que no tengo que liarme a golpes con nadie para defender mi memoria ni lo primero que dije, que bien puedo reconocer que me equivoco al recordarlo con tanta preciosura que no debe ser sino la formación cuadriculada y regular que recibí y que de repente, al recordar el barrio, la identifico con su trazo y configuración. No, las calle de mi barrio eran tan irregulares como son todas las calles de todos los barrios de aquí y allá, que se hacen sobre la Tierra y esta, por fortuna, no es pareja sino providente.

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