Fin de los cantos

Creo que ya no puedo seguir con los cantos rodados; no, por lo pronto; quizás más adelante o tal vez en forma esporádica, pero la continuidad de la historia que quería contar ya está hecha y no me siento con fuerzas para seguir obligándola a dar más de sí todos los días. Siento además muy pesada la tarea que me puse yo mismo de escribirlo durante cada día, sacando de la memoria y de la capacidad creativa diaria los materiales. Cuando se emprende un poema no sabe uno hasta dónde puede llegar; en este caso, claro, hay un relato concreto y unas anécdotas particulares y podían ser previsibles, pero la línea que recorre cada aparición verbal para contar lo suyo es por completo aleatoria y puede ocurrir cualquier cosa en su historia personal.

Por otra parte, me parece que estoy llevando los peores días y no me animo a dejar para más tarde el cumplimiento de la labor diaria porque no sé si al rato habré mejorado o serán peores las condiciones y no se me antoja nada dejar la página en blanco sin decir agua va. Si más tarde me sucede algo encaminado a enmendar la situación, será muy fácil remediarlo porque tengo el control para hacer en el blog lo que me dé la gana.

Así está hoy la cosa. Hace un calor pesadísimo y aunque es sábado –todo el tiempo he estado pensando que es domingo, qué distraído- y habrá menos lectores que entre semana, de todos modos es notable la afluencia –que tanto agradezco y tanto me anima- de interesados en esta secuencia, por eso es que he querido aclarar este asunto de los cantos rodados.

Y otra cosa: estamos a punto de contar cien mil entradas, y eso es un montón. Nunca me imaginé cuando comenzamos a hacerlo que conseguiríamos semejante atención. ¡Cien mil veces unos ojos lectores se han detenido en lo que voy escribiendo! Sorprendido y agradecido. Y mucho, porque aunque es cierto que lo hemos currado (taloneado, sería lo más cercano) sin un conjunto de factores de afecto, antes que nada, y de interés en lo que escribo, no se podría imaginar la constancia de los lectores. Todavía faltan cinco mil y no hay que echar las campanas a vuelo, pero se me ocurrió el tema porque pasé por el cuentaovejas (o como le quieran llamar a la cifra que se va moviendo a la derecha de la pantalla cada vez que entra una visita) y sentí bonito.

Sudo y sudo. El verano es terrible.

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