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Sueño espeluznante

La sociedad española está integrada; se mira a sí misma como unidad y señala sus problemas como algo que se comparte entre todos. Por ejemplo: todos los días los medios dan a conocer cuántas víctimas mortales hay en accidentes de coches en las carreteras de todo el país. Este año pensaron que iban a abatir ese siniestro cómputo con varias medidas: el carnet por puntos, que quiere decir que la licencia de manejar tiene un número determinado de puntos que vas perdiendo con las infracciones que cometas hasta que te quedas sin poder conducir; los controles de alcoholemia en las carreteras, en las que te detienen y te hacen soplar una cornetita que denuncia lo que te has chupado; la instalación de cientos o miles de radares en las carreteras para desanimar el exceso de velocidad; toda clase de campañas en radio y televisión para convencer a la gente de que si bebe no maneje, de que use el cinturón de seguridad, de que no exceda la velocidad permitida; pero nada, la cifra crece, la atracción de la muerte se impone. Es evidente que las medidas técnicas no son suficientes, como nunca lo son para resolver los problemas sociales; que hay algo que se le escapa a quien diseña la solución de los problemas, por más buena fe que le ponga.

Cuando era niño me recuerdo asomándome al tablero de todos los coches para ver cuánto marcaban como límite los velocímetros; me imaginaba el vértigo brutal de ir a ciento sesenta kilómetros por hora, que era la máxima, y pensaba en el orgullo del propietario del coche al saber que su máquina era capaz de esa proeza. Hoy creo que marcan en general doscientos cincuenta o hasta doscientos ochenta. El año pasado detuvieron a uno que iba a doscientos sesenta y después de meses la justicia halló que no había infracción porque no había puesto en peligro la vida de nadie. En la radio anuncian una suerte de detectores de radares para poder burlarlos. Hay quienes comercian con los puntos del carnet de su tía o de su abuela que ya no manejan. El transporte colectivo es mucho más seguro que el privado pero no tiene comparación el estímulo de publicidad en todos los medios que separa la diferencia entre uno y otro. Coche. Coche. Compre coche. Sea un vencedor. Sea irresistible. Sea la más bonita que ninguna. Coche. Sea el que más. Coche. Coche.

Pero bueno, decía que la sociedad está integrada y se fija en sus problemas colectivos. Ya es un paso.

Hace unos tres o cuatro años tuve un sueño de carácter social, digamos; estaba Fox de presidente y yo como miembro de la Embajada de México. No lo publiqué entonces porque no hay medios en los que uno pueda publicar sus sueños, cosa que desde mi punto de vista es contraria al interés público porque los sueños contribuyen a enviar mensajes cifrados a la vida individual y colectiva. Curiosamente, en los periódicos no hay sección de sueños y sí hay de casi todo lo demás, lo mismo que en radio y televisión. Cuando llega a haber algo relacionado con los sueños pertenece por defecto al reino del esoterismo, de las religiones marginales, de lo inmensamente minoritario. Claro: sobre los sueños nadie ejerce ningún control, ni hay cómo hacerlo. Bueno aquí pongo aquel que califiqué de

SUEÑO ESPELUZNANTE

Estamos, ahora ya no sé quienes, sólo que estoy yo, por supuesto, en una casa grande; soy consciente de que atrás de mí hay un gran ventanal y un campo enorme al que mi interlocutor alude; la alusión me hace voltear y veo venir un gentío a caballo; parece ser toda la gente pudiente o toda la clase dominante de México. Ya estoy fuera, entre el gentío. El presidente Fox está vestido de charro y se espera que monte un caballo espectacular, el mejor caballo, que está en un camión estacionado enfrente. Me acerco oficiosamente a abrirle la puerta trasera del camión para que pueda entrar y montar su cabalgadura. En efecto, es un caballo imponente pero está de espaldas a la puerta y sin ensillar. En lo que busco cómo detener la puerta en un lateral para que no vuelva a cerrarse, ya el presidente Fox ha montado a pelo el caballo que se echa para atrás; se levanta sobre las patas traseras y cae del camión encima de su jinete. Hay una exclamación de horror entre la multitud. El formidable caballo se revuelve sobre su lomo y sobre quien lo montaba, moliéndolo, y levantando el cuello volteado hacia su víctima, atrapada por el peso del animal, comienza a morderlo en la cara y el cuello; se apresura con furia agónica a despedazar al presidente Fox; no parece haber manera de salvarlo; también el caballo un tanto picassiano está irremisiblemente roto. De pronto el presidente Fox reacciona, se incorpora y se pone a pelear a dentelladas y coces con la bestia, pero ya están ambos visiblemente despedazados. Al fin, alguien dispara contra el caballo sucesivas, constantes balas, pero yo no me quedo a ver el desenlace sino que ingreso de nuevo a la parte en donde está la casa. Toda la escena de la caída del caballo ocurrió a las puertas del cementerio. El gentío, adentro del patio, está formado por pueblo común en larguísimas y apretadas colas que me dificultan el paso. Me encuentro a Arturo Beristain y le cuento la muerte de Fox. La gente todavía no lo sabe. Siguen imágenes que no relaciono con el acontecimiento.

¡Me quedé dormido!

¡Reporra!, llevo por lo menos una hora de retraso. Me volví a dormir. Y es raro porque ya había dormido lo reglamentario, como de la una y media a las ocho pasadas. Ya creía haber terminado con ese trámite pero me acomodé de ladito sin que me doliera la espalda y ¡sópatelas! me eché como otra hora y media. Lo malo es que no me puedo dar más prisa que la de concentrarme y estar en lo que estoy porque lo de escribir rápido no nada más depende de la digitación, también del ritmo al que va uno enhebrando las palabras, que a veces salen de la conciencia de un discurso y fluyen con presteza y a veces de la pura invención, como ahora, y hay que detenerse a reflexionar mínimamente.

Pero la verdad es que qué bueno que me volví a dormir porque lo primero que me vino a la cabeza cuando recordé la primera vez fue lo siguiente: “Al despertar tenía en el aliento varios cadáveres en descomposición. Maticé. Tenía en el aliento varios cadáveres insepultos. Me levanté con la columna vertebral quebrada. Me desplacé como pude. Hice unos buches de agua fresca y despareció la carroña…” La verdad es que no sé qué me pasó; con un principio así tenía que haber escrito un thriller o reconocer que no sirvo para nada. No sirvo para nada: me volví a dormir.

Ya sé que cada vez los efectos del carboplatino son diferentes, pero tienen algunas cosas en común; una de ellas es que me dan dolores repentinos en cualquier parte, como punzadas agudas que desaparecen en seguida; otra, un decaimiento generalizado, un malestar repartido a voleo por todo el cuerpo y el ánimo inclusive; lo bueno es que sé que dura tres o cuatro días y se diluye, vuelve la normalidad después de la tormenta y el sedimento que deja es una devastación de células cancerosas masacradas; y claro, como en todo campo de batalla, también queda la siembra de caídos de este lado.

¡Vaya! ¡Fuera sombras de la noche! Es lunes, Milagros se fue a la piscina y no debe tardar en regresar. Desayunaremos fresca fruta y me dará un beso. Averiguaré por qué hay un helicóptero sonando arriba desde hace rato; lo normal es que protejan a los altos jerarcas políticos en sus comparecencias en el Congreso, que está aquí a la vuelta, pero ahora no hay labores; la otra misión que suelen cumplir es la de vigilar las manifestaciones; tampoco hay nada de eso. ¿Qué será? Ah: alguna visita distinguida en el hotel Palace; algún artista internacional, porque ni soñar con que alguien de la política mundial haya venido en Semana Santa. ¡Bah! Ya me enteraré. O no.

Por lo pronto, pensé en compartir con ustedes una experiencia curiosa que tuve los primero años de vivir en Madrid. La pongo con la etiqueta de Asombros y Sorpresas. No la vean con malos ojos. La poesía suele estar agazapada en cualquier parte. Y a propósito, ahora que dije esto me acordé de un parlamento de pastorela que me hizo mucha gracia, aunque no viene a cuento para nada: “Ya nació Jesucristo / en un pobre pesebre; / donde menos se espera /salta la liebre.”

SIEMPRE HAY UNA PRIMERA VEZ

Nunca me había pasado. Llevo dos años y medio viviendo en Madrid y antes de eso, varias, muchas veces, estuve en Europa y nunca tuve necesidad de mostrar a un inspector el boleto del transporte público.
El año que estuve yendo a Berlín me asombraba de que no hubiera necesidad de pasar el billete por ningún control, sólo había que tenerlo, con que uno supiera en su fuero interno que había pagado era suficiente y la legalidad estaba garantizada con asumir tu responsabilidad sin coacción ninguna, pero ay de ti si no lo tenías y pretendías defraudar al sistema de transporte; si un inspector te lo pedía y carecías de él, además de la alta multa a que de forma inconcusa te hacías acreedor, te inscribían en la lista de extranjeros indeseables, o al menos eso me dijeron mis hijos, quizás preocupados por mi educación cívica y moral.

El año pasado -qué curioso, hace justo un año, y también hacía frío pero yo no llevaba el mismo abrigo-, en Bruselas, tomé un autobús y pagué el importe al chofer, sin percatarme que la mecánica de pago consistía en que el conductor recibía el importe del pasaje y le daba a uno un billetito que había que introducir en una alcancía electrónica; yo me guardé el papelín en la bolsa, satisfecha mi conciencia con haber pagado el importe; luego me enteré de que tenía yo un boleto libre para hacer otro viaje porque no había cumplido con el ritual de la decencia, que por desconocimiento infringí Cuando me enteré de lo que había hecho traté de imaginarme la situación: “Mire usted, yo llegué ayer a Bruselas, es el primer transporte público que uso (todo esto, claro, en francés, tartamudeante y pedregoso ante un inspector por lo menos si no es que ya ante la policía en pleno), sí pagué, aquí está la prueba, sólo que no sabía que había que pasar el boletito por la machinne a…, tenga, se lo doy, no se puede pensar que por una cantidad tan irrisoria un señor de mi edad…, puede usted ver mi pasaporte, está en regla, no estudié ninguna carrera pero soy un hombre honrado, en mi Embajada se lo pueden decir…”
-Chin, no traigo pase-, me dijo María Cortina, cuando se abrían las puertas del vehículo rojo como labios pintados en el Paseo de la Castellana.
-No importa, yo te lo disparo-, le contesté, y luego de saludar al chofer introduje dos veces el boleto en el contador electrónico.
Se rió María con esa risa suya tan fresca y contagiosa, divertida por el rescate de una forma de ofrecimiento que hacía años, dijo, que no oía: “yo te disparo”. Porque disparar, para los mexicanos, no sólo es activar el percutor de un arma e inducirla a expeler su munición contra algo, o contra alguien, sino activar la voluntad y salir primero al paso de un gasto de otro poniendo por delante la generosidad. “Yo disparo las copas”, “dispárame un refresco”, “ora, cuates, ¿quien dispara las viejas?”
Pues muy sonrientes íbamos hablando de eso y de lo transparentes que se nos hacen algunos gestos y acontecimientos de la política española luego de ver y vivir la mexicana, que es tan condimentada y picante, en contra de lo reseca y áspera que nos parece a veces la española, y lo transparente que es el cielo y el aire de esta ciudad en donde tan a gusto se vive, a pesar de que no está libre de sus buenas capas de contaminación por el dispendio bárbaro de coches particulares, cuando un señor de abrigo –todos íbamos de abrigo, era enero- muy sonriente, como contagiado con nuestra relajada plática o como queriendo entrar sin lastimar a lo que notó claramente ser un cuerpo de dos muy desapercibido y por lo tanto, en riesgo,
-¿me permiten sus billetes?-, dijo, tratando de no alterar el tono de nuestra conversación, como si estuviéramos ya de antes hablando con él y fuera su momento de intervenir. Tal debiera ser siempre el tono en que se aborda al prójimo y no la resonante potencia con que en estas calles suelen dirigirse los unos a los otros. Fue tan poco irruptora y tan natural y eficaz su intervención que con toda tranquilidad saqué del bolsillo el taloncito y se lo mostré: tenía el doble sellado del importe del trayecto que hacíamos. Casualmente era un talón de diez viajes y esos eran los primeros dos que usaba, así que se veían las pequeñas marcas de la máquina en el dorso rosado del billete con una limpieza virginal que el inspector revisó sin dejar traslucir la más pequeña indiscreción, sin que en su mirada o en el movimiento de los hombros o en algún quiebre del cuello se fuera a pensar que había entrevisto algo más allá de lo que le correspondía, en estricto sentido de la palabra, ver. Sin perder la sonrisa, el señorcito dio las gracias y siguió pidiendo comprobantes a los demás pasajeros, que no eran tantos porque a las once de la mañana no suelen ir muy concurridos los transportes públicos, tanto que nosotros íbamos cómodamente sentados.
-Qué raro –dije-, nunca me lo habían pedido.
-Siempre hay una primera vez-, me contestó ya desde la perspectiva de otros asientos, sin alterar el tono, sin salirse de esa especie de plano íntimo que había conseguido establecer con nosotros y con un dejo de complicidad sonriente.
Lo comprometedor que hubiera sido no haber cumplido con el ritual: en ese momento toda la armonía de nuestra plática de amigos más el bienestar de la mañana fresca y transparente, más la observación de que los humanos nos comportamos de diferentes maneras en diferentes lugares pero esencialmente somos iguales, hasta en la política, más los planes de vida de que íbamos hablando, más la belleza de los jardines que bordean el Paseo, más la solidez esforzada de mi moral cívica, más la intervención delicada y casi diría quirúrgica del inspector, habría estallado en vísceras agrias y hojadelatas chirriantes. De la que nos salvamos.

Desánimo relativo

Me resisto. No quisiera escribir nada este día. No tengo ganas de cerrar el capítulo del libro de poemas. Ah, si pudiera volver a empezarlo, si algún conjuro pudiera hacer que todos los que lo han leído se olvidaran y yo pudiera volver a presentarlo como una novedad. ¿Pero para qué voy a publicar dos veces seguidas el mismo libro? Es absurdo. Como si no hubiera tantas otras cosas escritas y por escribir que están esperando el paraíso de la hoja que va a ser leída. El paraíso o el infierno. Según. Pero no, no es eso lo que me inquieta, no es la idea de que lo próximo pueda ser un infierno; estoy seguro de que no lo será. Ni por lo que escriba ni por la cantidad de lectores adictos que una vez vueltos de las vacaciones, con vigor renovado, se aplicarán a buscar el espíritu oculto de estas páginas.

Es eso lo que me tiene sin ganas de escribir, saber que es domingo y que han empezado las vacaciones de Semana Santa y hay poquísimos lectores activos. Aunque sé de sobra que es una apreciación subjetiva que se deriva del hecho de haber podido cotejar todos los días cómo aumenta el cómputo de visitantes y la conciencia de que esta semana, haga lo que haga, habrá poca respuesta, las gráficas se irán para abajo; y no hay nada que hacer porque montones de lectores posibles no harían caso de mis requerimientos de atención e incluso pensarían, con razón, que qué imprudencia importunarlos en su descanso. Qué distinto sería si hubiera salido ya el libro publicado en papel, tendría una expectativa diferente, estaría pensando que ojalá que sus posibles lectores se lo hubieran llevado para leerlo en estos días de descanso. ¡Ay, tío Einstein, qué relativo es todo!

De modo que ¡ánimo!, me digo, ¡sursum corda!, el trabajo es el trabajo y el que uno ha elegido tiene que hacerse lo mejor posible. Y de todos modos no puedo poner un letrero que diga “cerrado por vacaciones” en este blog, no porque físicamente no pueda, porque podría poner una letras grandotas atravesadas, sino porque no tiene sentido: no estoy de vacaciones y sería ridículo fingir que me fui de viaje; no faltaría alguien que me pidiera narrar lo que vi y tendría que mentir o acabar confesando la verdad. Que no sería otra que la que ya he contado.

Así que nada, aquí va el “Colofón”. Más claro ni el agua.

COLOFÓN

He estado revisando la historia y resulta
que todos han muerto. Todos, todos.
De manera que esa secreta esperanza que yo tenía
no encuentra fundamento. No sé qué hacer.

[audio:http://www.alejandroaura.net/vozpoemas/SeEstaTanBienAqui/L2007AAura57colofon.mp3]

El arcano de Moaa

En la columna del lado izquierdo de la página hay un contador de visitas (al que todo mundo puede acceder); yo lo veo con frecuencia para saber cuántos lectores entran cada día y de dónde son, porque además del número tiene un mapamundi que da la localización geográfica, y eso es la mar de divertido. Hay un lector en Galicia al que este servicio ubica en un sitio enigmático y misterioso, con un nombre que me hizo pensar en países ficticios, en entidades geográficas inexistentes en la vida real pero producidas por imaginaciones pródigas y erráticas como la de Lovecraft: Moaa. Imposible preguntarle al tío Google porque se remite a lo que sabe y me manda a Military Officers Association of America y estoy seguro de que semejante organización no puede estar en Galicia y si estuviera no creo que fueran lectores de mi bitácora. Recurro entonces al rupestre recurso de revisar el mapa de España que tengo adosado a la pared, pero con el gesto escéptico de quien sabe que no va a encontrar nada parecido. Pues me equivoqué, sí hay algo parecido pero se tiene que acudir a esas guardadas dotes de detective que todos atesoramos ocultas en los pliegues de nuestro misterio personal: claro, tanto el contador de visitas como Google usan el idioma inglés y por supuesto carecen del privilegio de conocer la divertida y utilísima eñe, por lo que simplemente la omiten como si se tratara de una humilde hache muda; el lugar es Moaña, en la ría de Vigo. De todos modos me quedé pensando quién puede ser el incógnito lector de un lugar que pasa a los mapas en inglés con ese inquietante nombre; algo se le ha de pegar.

Ya sé que es sábado, ya sé que es de los días más flojos en el blog, y peor porque empieza la Semana Santa y las aguas de la rutina están todas revueltas y todos andan con la cabeza en otra cosa y los trebejos junto con la atención en las maletas, ya sé que habrá pocos lectores pero me comprometí a publicar un poema diario y hoy toca “Despedida”, con el que casi se cierra “Se está tan bien aquí”; digo casi porque mañana hay un colofón y ese sí será la última página. Todavía no he pensado con qué empezar el lunes pero como también son vacaciones creo que buscaré algo que no me comprometa a una continuidad extensa como un libro de poemas. Estén pendientes; digo, los que vayan a estar. La ventaja es que uno, entre cuando entre, puede ver todas las páginas anteriores que le falten.

Yo aquí voy a estar como esas madres sufridas: anden, hijitos, diviértanse ustedes que pueden, vayan y gocen de la vida, yo aquí voy a estar por si se les ofrece algo, porque pues yo qué, yo de todos modos tengo que estarme quieto cuatro o cinco días mientras el medicamento actúa. No se les olvide, si se sienten tristes, si las vacaciones no son lo que esperaban, si extrañan la casa, aquí voy a estar, ni a la esquina salgo.

DESPEDIDA

Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta,
pedir los abrigos y marcharnos,
aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo
y en las que cada uno pusimos nuestra identidad;
se quedarán los demás, que cada vez son otros
y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue,
también el hueco de nuestra imaginación se queda
para que entre todos se encarguen de llenarlo,
y nos vamos a nada limpiamente como las plantas,
como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo
y luego, sin rencor, deja de estarlo.

¿Se imaginan el esplendor del cielo de los tigres,
allí donde gacelas saltan con las grupas carnosas
esperando la zarpa que cae una vez y otra y otra,
eternamente? Así es el cielo al que aspiro. Un cielo
con mis fauces y mis garras. O el cielo de las garzas
en el que el tiempo se mueve tan despacio
que el agua tiene tiempo de bañarse y retozar en el agua.
O el cielo carnal de las begonias en el que nunca se apagan
las luces iridiscentes por secretear con sus mejillas
de arrebolados maquillajes. El cielo cruel de los pastos,
esperanzador y eterno como la existencia de los dioses.
O el cielo multifacético del vino que está siempre soñando
que gargantas de núbiles doncellas se atragantan y se ríen.

Lo que queda no hubo manera de enmendarlo
por más matemáticas que le fuimos echando sin reposo,
ya estaba medio mal desde el principio de las eras
y nadie ha tenido la holgura necesaria para sentarse
a deshacer el apasionante intríngulis de la creación,
de modo que se queda como estaba, con sus millones,
billones, trillones de galaxias incomprensibles a la mano,
esperando a que alguien tenga tiempo para ver los planos
y completo el panorama lo descifre y se pueda resolver.
Nos vamos. Hago una caravana a las personas
que estoy echando ya tanto de menos, y digo adiós.

[audio:http://www.alejandroaura.net/vozpoemas/SeEstaTanBienAqui/L2007AAura55despedida.mp3]

Serenidad y paciencia

Hoy es el último viernes de marzo, mañana aparecerá el poema de despedida y el domingo un colofón. El lunes habremos de empezar con otra cosa. Está pendiente el rimero de anotaciones con que he tratado de no olvidar algunos momentos de actividad y diversión en la cocina y que nunca ha acabado por volverse libro de recetas gracias a mi desordenada costumbre de decir un poquito, tantita, un puño, cualquier cosita y otras imprecisiones a veces aun más escandalosas donde se espera que uno diga tres unidades y un octavo de cuarto, ciento ochenta y dos gramos o diez y siete decilitros y medio. No obstante, el fin de semana, mientras el carboplatino hace sus excursiones, galas y funciones de beneficio en el laberinto curioso de mis células, habré de reflexionar sobre el contenido del siguiente diario, porque también hay dos o tres o cuatro libros de poemas que reclaman que si este es un blog de poeta se les dé chance de hacer su aparición. Procuraré tener serenidad en medio de la batalla interna y darle a cada cosa su lugar.

Por lo pronto volvamos al libro que nos ha tenido ocupados y reunidos este mes y medio. Un libro no es un examen profesional, no es una tesis, no es un ejemplo de lo que deben ser los libros sino un cuerpo vivo con sus funciones vitales, sus éxtasis, sus situaciones incómodas, y latiendo en toda su extensión la ansiosa construcción de su alma. Hay libros con alma y libros desalmados. Este pobre se debate hasta el final por construir su alma. Como hacemos todos, aunque haya apabullantes diferencias en los resultados.

TEQUILA Y VIDA

El que acaba de comer
y no se toma un tequila
es que ha perdido el norte
ve hacia todos lados
y no sabe qué hacer
o está enfermo
o ya se quiere morir
porque hay algunos que ya se quieren morir
y entonces comen y no se toman un tequila
porque así hay gente.

[audio:http://www.alejandroaura.net/vozpoemas/SeEstaTanBienAqui/L2007AAura54tequilayvida.mp3]

Cosas de palabras

Casi acabamos el libro. (Pero vamos a empezar otro, no os apuréis.) Yo creo que nunca tuve la suerte de tener el mismo día a tantas personas que leyeran mis poemas y dudo que muchos otros poetas la hayan tenido. (A lo largo del tiempo sí, claro que sí, o en una lectura pública, pero leyendo el mismo día… Bueno, sí, por supuesto: los suplementos literarios de los periódicos; pero ahí los lectores no van directo o en exclusiva al poema; no van y buscan sino que el suplemento viene con lo demás del diario.) Claro que no es mérito mío sino del medio; pero qué medio sorprendente es éste que puede convocar a tanta gente al mismo tiempo y no es que diga que este blog en particular tiene muchos lectores sino que los blogs en general pueden lograr este prodigio.

En el caso del poema de hoy, me encanta que empieza como un bolero, sin que evoque a ninguno en particular -desde mi pobre conocimiento del género-, para salir inmediatamente después con el golpe en la nuca de un conejo. Otra cosa que me entusiasma es que pude usar con naturalidad una palabra que jamás había escuchado en la boca de nadie y la oí en el conductor de programas Iñaki Gabilondo en un noticiario de tv.:

lábil.

(Del

¡Sigue la mata dando!

Otro de los tres que faltaban era este, que tuvo una versión anterior con la que parecía haber quedado fijado y contento y de pronto se modificó y se presentó tal como es y será para siempre. En esto de las versiones compactas, hay poemas que se imponen, que vuelven a la cabeza del poeta a pelear por su forma definitiva, a reclamar su ser de hijos adolescentes, y están dale y dale como aquella fórmula que cantábamos de niños: “Yo sé, yo sé, yo sé la manera, de dar, de dar, la lata a cualquiera. Yo sé…” y podíamos estarnos horas con la cantaleta. Pues así son algunos poemas, que vuelven y vuelven, hasta que sienten que les hacemos caso, que no estamos en otra cosa más que en su asunto y que les damos toda la libertad para manifestarse hasta que les concedemos el gusto mayor: los soltamos para que vayan solos por la vida. Había otra palabra en lugar de asombra que ahora no puedo o no quiero recordar, pero cuando se manifestó en su forma definitiva ya no hubo manera de pensarlo de otro modo. Y más que pensarlo, verlo; porque este no es un poema pensado sino visto.

Por cierto: con éste, creo, se me ocurrió que debería escribirlo a mano en hojas de papel grandes, enmarcarlas y hacer una exposición en alguna galería. Junto con otros muchos breves, por supuesto, de éste y de otros libros ya publicados. Estoy seguro de que habría tenido cliente al precio que fuera porque es un poema que puede presentarse en cualquier circunstancia sin que se pierda el decoro. Me atrevo a decir, haciendo mucha concesión, que es un poema críptico, aunque es evidente, para quien quiera verlo, que se trata de un poema erótico de alta densidad. Y que no tiene escapatoria, no hay cómo leerlo de otra manera. A menos que uno lo lea como palabras sin sentido.

Su lugar en el libro era entre “Las campanas de Santiago” y “Con qué nuevos ojos te veré”; es decir, entre el 9 y el 11 de marzo, porque el 10 publiqué, en su ausencia, un breve texto en prosa al que le tengo mucho cariño aunque reconozco que es un poco ingenuo. Así que mañana y el viernes aparecerán los que seguían en el orden en que íbamos, el sábado saldrá la despedida, que era otro de los enajenados, y el domingo cerraremos esta primera edición de “Se está tan bien aquí”, con un colofón. Avísenle a todo el mundo porque yo creo que es la primera vez que se hace la edición de un libro de poemas a la vista de todos y que se ve la carne viva del editor, que en este caso es su propio autor.

TRIÁNGULO

Me asombra
tu garabato
que unas veces
es sombra
y otras veces
es gato.

[audio:http://www.alejandroaura.net/vozpoemas/SeEstaTanBienAqui/L2007AAura31triangulo.mp3]

¡Albricias: aparecen los que faltaban!

Acá en España, cuando quieren hacer notar que alguien tiene una personalidad adornada de rarezas y peculiaridades dicen de él que “es muy suyo”, y lo digo porque a mí me parece que la vida “es muy suya”, tiene infinidad de salidas sorpresivas e inesperadas para todas las cosas. Resulta que, como les dije ayer, me comía las uñas buscando la solución para que no se rompiera la continuidad de “Se está tan bien aquí” y no quedara trunco el libro, disminuido de tres poemas. Le mandé una notita comedida a Claudia Santa-Ana y se apresuró a contestarme, la mar de amable: que dispusiera de los poemas y los publicara y que de su parte les dijera a los lectores de esta página que no era su intención afectarlos, que no lo fue en ningún momento.

De modo que toda la novela que había yo ideado pensando cómo crear estímulos para que los lectores buscaran posteriormente el lugar que corresponde a los que faltaban entre las fechas de la bitácora, se me derrumbó como casita de palillos de dientes. Menos mal porque ahora sí puedo guiar a los interesados en la minucia hasta el lugar de los dos poemas que me he saltado y poner el de la despedida en su mero sitio. El primero, que es el que ayer nomás decía que se trataba de una revelación de identidad motivada por un elemento vegetal, un nopal -tan grande y hermoso que pide a gritos un estudio fotográfico de Adalberto Ríos Szalay- o como acá le dicen, una chumbera; una opuntia, pues, según su nombre científico, debe ir en la página correspondiente al 3 de marzo, cuando andábanosen Sanlúcar de Barrameda celebrando nuestro común cumpleaños y tuve tanta dificultad para poner aunque fuera algunas breves líneas en el blog desde un café internet.

¡Repámpanos!, ahora que he ido atrás en las páginas me doy cuenta de que el 3 de marzo hay dos entradas; una por la mañana desde Sanlúcar y otra por la noche, al llegar a casa. O sea que me sentía yo en falta tan aguda por no haber puesto el famoso poema que puse la sesuda reflexión de los “Jardines colgantes”. No es que estuviera mal, pero debo confesar que ese, que apareció en el rubro Asombros y sorpresas, era un texto un poco largo para las dimensiones que juzgo debe tener este espacio diario.

Así que corran a avisar a todos sus allegados que hoy aparece, por fin, “Un nopal en tierra extraña, o sorpresas en España”, uno de los que se habían quedado para aparecer huérfanos sepa dios cuándo; hagan listas de correo electrónico y avisen a todas sus conocencias el suceso, verán que todo el mundo queda complacido con su actitud y les agradece la información. Como se hace ahora cuando se quiere convocar para una manifestación o un boicot, un concierto o un acontecimiento social a todos los que son afines, pongan un pásalo en los recados telefónicos con que den la nueva.


UN NOPAL EN TIERRA EXTRAÑA O SORPRESAS EN ESPAÑA

Permíteme que empiece invocándote: nopal, patria mía,
obra de orfebrería.

En un aplauso al éxito luminoso del desierto estalla
como fragmentación espiritual de la metralla

¿qué es?

que en la calle Reina Mercedes, en Madrid, a la altura de don Quijote,
hay un nopal superior de enorme estirpe y estatura que en agosto,
acumulada toda la esmeraldina profusión de historia (de historias) que contiene
irrumpe en el presente bajo un cielo de cuarenta grados
más cuajado de tunas que de flores estuvo en primavera,

me mira con su cartabón de rimas a la carta: colosal, fenomenal, total,

nopal
nopal
nopal

mientras le voy diciendo,

ay amigo, qué estás haciendo
aquí tan lejos,
tus higos chumbos se caerán de viejos,

nadie te viene a ver ahora cuando tienes tunas,
capullos de misterios y fortunas,
opuntia no sé cuántos procedente de América,
porque no saben la riqueza con que cuentas:
la belleza esotérica,
la suave y cariñosa feminidad de rosa
con su coquetería de ahuates
institucionalmente ligada en sus penates
a una virilidad incuestionable de profeta.

Nopal patria mía,
tenme en ti,
seme tú,
sé conmigo
en la evocación, en la invocación, en la advocación patria,
mi patria, aquí también estás, patria mía, nopal.

[audio:http://www.alejandroaura.net/vozpoemas/SeEstaTanBienAqui/L2007AAura21unnopalespana.mp3]

Recta final

Cuando empecé a publicar los poemas de “Se está tan bien aquí”, pensé que tenía material para mucho tiempo, que tardaría mucho en llegar el momento de pensar qué sigue, y resulta que ya se están acabando, que esta semana, creo que el viernes, saldrá el último y tendré que inventar otra cosa, explotar otra veta, recapacitar sobre este blog. Es cierto que cuando termine de publicarlo habrán faltado tres poemas que son los que me pidió Claudia Santa-Ana que no diera a conocer porque está preparando la edición de los autores que participamos, en octubre del año pasado, en la extensión Aguascalientes del Encuentro de Poetas del Mundo Latino, y los inéditos que escogió quiere tener el privilegio de que lo sean hasta que aparezca el libro; cuando acepté el trato no tenía idea de que se me fuera a acabar tan rápido el material. Ahora debo pensar qué hago. Una, es dejar las cosas como están y que el libro se quede chimuelo en esta versión virtual; la otra, sería ponerles fecha de aparición en este espacio de acuerdo con los intereses del CIELA Fraguas, de Aguascalientes. Me preocupa esta última opción porque se podría romper la continuidad y los tres poemas, me parece, son importantes para el libro: uno, es una revelación de identidad a través de un elemento vegetal, un nopal, encontrado en Madrid; otro, un poema erótico de apretada síntesis y altísima tensión, y el último, la despedida del libro y, en cierto modo, un testamento y una apreciación de bulto del jugoso fenómeno de la vida y su proyección en el tiempo. Y los tres son muy buenos, creo. No me queda más que apelar a la buena fe de quienes se asoman a esta bitácora para pedirles que cuando aparezcan los coloquen en el lugar que les corresponde, que yo procuraré decírselos, aunque la verdad no veo a nadie haciendo el ejercicio de rompecabezas de acomodar unos poemas que qué más da si van aquí o van allá. Ay, Alejandro, no te azotes.

Tampoco es cosa de asustarse; material tengo de sobra, y el prurito de lo édito o inédito se solventa de un plumazo: ¿cuántas personas, por ejemplo, han tenido oportunidad de leer mi anterior libro publicado en papel, “Poemas y otros poemas”? En mi opinión, poquísimas, porque la edición fue de trescientos ejemplares y la última vez que llamé a la editorial me dijeron que les quedaban como cien; es, además, un libro que no circuló en México y que en España estoy seguro de que habrá encontrado pocos cómplices. Mis libros previos están agotados, de modo que soy un autor prácticamente inédito. Yupi yapa, tengo material de sobra para seguir la fiesta.

Va un poema de íntimo recato.

COMO TODAS LAS VIDAS QUE SABEMOS

A ti me atengo,
con y sin religiosidad de por medio,
a tu casual hallazgo,
al privilegio de vivir junto a ti;
a ti me atengo para elucidar,
sin que sienta que me despellejan la piel,
algunos trozos de mi carne viva,
ciertas minucias magníficas
entresacadas de los secretos
con que está construido
el enigma mineral de mi vida,
como todas las vidas que sabemos.

A ti me atengo seguro
de que me guardarás el secreto
que te pida, la delicada intimidad
que requiera el miedo que me da
decir con sencillez ordinaria
las cosas que constituyen el episodio
más o menos singular de mis días,
como todas las vidas que sabemos.

Me atengo a ti sin que te ponga
responsabilidades ajenas al cariño
con que sueles tratarme cada día.
Me atengo a ti con sangre y con deseo
porque no soy otra cosa ni tengo
nada más para valerme que lo ciertas
que puedan resultar ser mis palabras.
Pongo en tus manos mis pasiones
no para que tú las legitimes sino
para que con tu naturalidad de muchacha
me ayudes a presentarlas al mundo
con el mejor vestido que se pueda
porque en ello me va la vida,
como todas las vidas que sabemos.

[audio:http://www.alejandroaura.net/vozpoemas/SeEstaTanBienAqui/L2007AAura50comotodaslasvidasquesabemos.mp3]

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