Blog

El que canta…

Hoy en la noche estoy muy triste.
Voy a perder mi brazo un día,
mi jarro de café, mi cuento,
la luna que más me gusta.
Las cosas que van a suceder no tienen nombre.

El viento va a soplar contrario.
Se va a tender contra el amor un puente
y la guirnalda nos va a quedar estrecha.
No me dejes que hable de esto.

No me dejes que llore yo esta noche.
Cógeme el corazón y apriétamelo fuerte.
Que se pare si quiere,
pero apriétamelo fuerte.

Cantos rodados, 13

Porque ya que volvimos nos vimos en la lona. Se acabó,
Primavera, se acabaron tus galas y tus fiestas. Ah, chingao,
Empezamos el viaje hacia el averno. Y las partes de abajo
No estaban tan pasables que dejaran estar. ¡Qué va, antes al contrario:
Todo era peor y peor, y cada día se me bajaba más el suelo!
Y luego ya ni modo, parecía que todo se acababa en cuatro días
Y que ya cuatro era muchísimo tiempo para estarse aguantando.

Y en eso una narcosis me atacó la boca.
Una mañana amaneció confusa la barbilla. La mandíbula
Derecha desde el labio, por dentro y por afuera, rígida, insensible,
Haz de cuenta cuando te han inyectado para meterte mano entre los dientes,
O te han abierto un boquete en Troya para meterte un caballo,
Una curiosa forma de escalar el deterioro sin tener que explicárselo
Uno mismo: me pasa y ya, y al diablo las razones. Ha de ser como
Lo de las plantas de los pies que hace dos años no las siento,
Tal que si estuvieran inflamadas y algo calloso las hubiera recubierto.

Pero la boca, jicarita con la que recojo lo que todavía disfruto, ¡descompuesta!
¡Oh, dioses insensibles, apáticos, ojetes! Y pensé un rato,
Con ilusión todavía, que había de durar un equis tiempo y desaparecería,
¡Qué va!, ya se quedó para siempre en el letargo, un éter
Que apareció en un sueño y como el aerolito de Chicxulub
Me impactó en la península de Yucatán de las quijadas
con la fuerza de un millón de bombas atómicas
Y acabó con todos los posibles dinosaurios de mi gusto. No volveré
A gozar de un porcentaje de la pulpa del mundo. Mas
No piensen que allí acabó la cosa, porque estos últimos días
La insensibilidad se ha recorrido hacia la mitad izquierda en la barbilla
Y el desgaste avanza; menos mal que sólo es de dientes para afuera
Y quedan la lengua y todos los minúsculos rincones interiores,
Con lo que siento todavía la frescura del melón y de la piña.
Todavía.

O sea que ya no ha sido nada más conocer el dolor y la molestia
Sino ir comprándome la muerte a plazos, pedazos de defunción adelantados.

El que canta…

Abierto y simple,
hermano de paz de mi ventana,
me dejo amanecer.
Largas mañanas son los días,
largos son los años de mi tierra.

Pájaro que canto y que me voy
estoy pendiente del árbol de mi calle,
del cielo de mi calle,
del color del paisaje que me adorna.

Atento estoy al tiempo en que me muevo,
regional, contento y torpe, en mi ciudad.

Volver al siglo

El 26 de junio pasado se me ocurrió que por qué no empezaba yo a intentar una descripción de lo que ha sido la enfermedad durante estos tres años y me propuse hacer una especie de poema épico en que fuera narrando –con el cáncer como protagonista- las batallas cotidianas o periódicas que hemos librado. Llevo escritas unas veinte partes, más o menos, y estos últimos días he sentido que necesito un respiro. Una veces porque me he sentido muy mal físicamente, otras, porque me ha faltado el impulso interno que necesita un poema para seguir por sus extraños caminos.

Había otra razón para darme prisa: no sabía si me alcanzaría el tiempo para llegar a algo que me satisficiera, si me alcanzarían los días; pero resulta que los días –por fortuna- han resultado mucho más elásticos de lo que yo pensaba hace tres semanas. No digo que me haya ido recuperando pero he entrado en una normalidad cotidiana que me permite desechar por el momento la urgencia de terminar. He vuelto a dormir razonablemente, los medicamentos que tomo han caído bien a la inhibición de los malestares más importantes y con ello me ha regresado la recuperación mínima diaria que se necesita para planear días próximos.

Muchas de las cosas cotidianas las he consignado en los Cantos rodados –que fue el nombre que se me ocurrió para ir haciendo el cuerpo del poema, su tronco, digamos, la leña sobre la que se tiene que sostener. De todos modos, los nombres que he puesto a las partes son provisionales; todo está a revisión, incluso su conformación como unidad; aunque sí puedo decir que esos nombres me han servido de guía para dotar el canto de una estructura que espero que se sostenga.

Pero resulta que al rato de que empecé a escribir esta relación de hechos, se me fue clavando el pico, me fui cayendo y me empezó a entrar una desavenencia atroz. Tanto que no pude seguir, tuve que detenerme en el último párrafo. Entonces abrí otra página e intenté hacer un canto rodado, pero si esto que era puro informe no podía, aquello, que requería sangre de plano se me negó. Fue entonces que se me ocurrió pedirles un chancecito. Y sí, me volví a dormir. Ahora ya tengo arrestos para, por lo menos, terminar la página, corregir mi barbaridad y voltear a ver qué más estropicios hice en este rato de incuria y abandono.

Oigan, aguántenme tantito, estoy sin ganas de hacer nada, aunque llevo mucho rato sentado ante las teclas, no consigo agarrar la punta del hilo, ténganme paciencia. A lo mejor si me duermo otro ratito.

¿Se imaginan que así pudiera decirse en todos los trabajos? Perdone, jefe, voy a dormirme un rato y luego lo atiendo.

El que canta…

Hoy entró la primavera,
tú lo has de haber sentido
porque hizo calor,
porque el calor,
como en sus buenos tiempos,
hizo ramos de flores.

¿Hizo ramos de amigos,
hizo ramos de gentes perfumadas?
¿Llevaron los muchachos
del brazo a las muchachas
canturreando?
¿Se hizo bien la primavera?

Yo no la dejé que entrara,
cerré los ojos de vidrio de mi casa.
Para entorpcerla no.
Que haga su fiesta,
que los lleve a todos.

Mientras,
yo corro por marzo
como loco.

Cantos rodados, 12

No sé ni qué. Unos días vivo y otros me voy.
Y no me voy a nada ni hago nada sino que
Todo se me borra en la imaginación, lo que queda
Y lo que ya no queda. No se puede decir que es agradable
Estar en este sitio peligroso donde hay abismo para todos lados.
En realidad estoy esperando a que se acabe,
Pero no me imagino cómo es que se acabe.

Se acaba, sí, pero y entonces nada,
Se acabó la soga, se queda en el fondo la cubeta
Y allí se desintegra. Y eso es todo.
No me puedo ya ni hacer preguntas. A patadas
Voy con el fondo del pozo y con el cubo y con el agua.

Hace un año las cosas parecían distintas,  bien distintas,
La quimioterapia le había dado duro al carcinoma y parecía
Que podíamos confiar en un respiro, de modo que agarramos
Y nos fuimos a México a leer poemas. Anduvimos
De la ceca a la meca con el libro nuevo, pero al rato
El pulmón dijo niguas y se puso a toser a cien por hora.

Yo hacía sarcasmos y bromeaba: les vengo a presentar
Mi libro póstumo, decía, y aquí les va la despedida,
Pero aunque eran ocurrencias tenían bastante sentimiento
Y todos lo tomaban como cosa del alma sensitiva.

Hasta que ya no pude. Tuve que cancelar algunos pasos,
Agarrar el avión y regresarnos. ¡A toser a otra parte!, me decía a mí mismo,
¡A echar cajúm cajumes a su casa! Aunque no me imaginaba
que la tos se iba a quedar como invitada de esas que no se van
aunque las eches de todas las maneras posibles
porque están bien contentas y seguras de que no hay otro lugar
donde mejor se encuentren. Porque, digo, diez meses de toser,

Si no fuera por el oxígeno que al cabo me pusieron,
Que más o menos remedió desproporciones y ha dejado
Que a ratos hable y por las noches duerma. Y lo peor, que ahora
Que ya puedo vivir sin tanta tosedera, me han pasado
Los demás decaimientos que les he contado.

Y así vamos tirando,
Sin saber ya ni qué, ni qué tampoco. Ni cuál será ya el día
En que tenga que quedarme quieto. Por lo pronto,
Aquí les sigo contando la historia verdadera de este cáncer.

El que canta…

Junto las manos, formo en ellas un hueco, soplo
y puedo hacer como cantan las palomas.

Una desde un árbol me saluda. Hace su dobe
ruido, hondo y suave y espera hasta que yo contesto.
Hablamos (cantamos) breve y luego vuela.

Tal vez yo desciendo de una vieja familia de palomas.

Cantos rodados, 11

Me dan ganas de reírme porque no estoy enojado,
Pero tampoco tengo risa. No tengo nada. Tengo una pesadez
De carne amontonada. (Me acordé por la rima de momentos
Tan buenos jugueteando con palabras para hacerles peinados a las musas.
Y ya veo: lo mío son jueguitos de niñas, qué curioso.)

Estoy desprotegido y desarmado; mis territorios grandes, devastados;
Este cuerpo bastante deplorable, más que hecho una desgracia;
Mi entusiasmo –ese impulso delicioso-, aventado al rincón,
Como desecho.

Estoy sin alegría y eso pesa más que si trajera cargando una canasta
Con toda la compra junta del mandado.

Ah, qué bonito: me acordé de las compras en la plaza,
De ir por los abastos, de llenar los ojos y con la boca ensalivada
Ir escogiendo frutas, carnes, cosas, jitomates.
Uno mismo se da cuerda, me parece, y cuando ya no hay nada en la buchaca
Le puedes meter de contrabando una provocación como esta
Y te sales tan campante taconeando como si todo fueran pasos
Que se van por donde se les da la gana, con su ruido parejo de
Invención repentina y sin sustento.

De pasos sin sustento –dije-, que se van diluidos
Primero de distancia en distancia y luego de dimensión en dimensión
Hasta que me los imagino ser los pasos aquellos
Que por más que lo intento no los oigo.
Aquí es donde no quisiera yo que hubiera tope; poder ver.
O sí, lo que decía: que todo este conjunto se deshaga
Y ese puñito de ceniza se revuelva con lo suyo
Que son otras materias. Pero bueno, ya está hecho el encargo.
Me distraigo, me salgo de donde debiera estar, me culebreo.

Porque amanezco así, sopesando hacia dónde pudiera encaminarme
Y viendo desconfiado a todos lados para calcular
Por dónde viene hoy el ramalazo.

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba