Ahí anda, como siempre, el colibrí. Debe andar buscando su mirruñita de dulce para seguir impresionando a los espectadores. De pronto se queda quieto moviendo las alas con tal rapidez que uno ni lo nota y un instante después se esfuma vertiginoso hacia los camerinos a prepararse para la siguiene escena. Parece que existe y parece que no existe al mismo tiempo. Cada aparición es de aplauso. Yo estoy aquí, sentado con los pies sobre una mesa mirando por el ventanal y el colibrí no acude. Viene cuando le gusta. Es sorpresivo y deslumbrante. Acá adentro hace frío, afuera hay un sol caliente y rotundo. Se exhibe para mí y cada vez que sale me brota una multiutud entusiasmada que lo ovaciona como a una gran estrella. Tiene sus plumas verdes, azules y tornasoles pero debajo no sabemos de qué colores se vista, es absolutamente recatado. El colibrí tiene un tiempo diferente al mío. Y está para deslumbrarme.
Iba yo a escribir de alguna otra cosa pero esta contingencia de la luz me distrajo y perdí la secuencia que había ilado dentro de mí. Con frecuencia me sucede que tengo pensado un tema y cuando empiezo a escribir me voy por otro lado. Pero la verdad es que quería escaparme del obligado tema: la tos, los pies hinchados, las rodillas flojas. Tenía otra escapatoria: desde que amanecí tenía unas palabras obsesivas que me venían una y otra vez: Si como afirma el griego en el Cratilo /el nombre es arquetipo de la cosa /en las letras de rosa está la rosa /y todo el Nilo en la palabra Nilo. Y no porque pensara en Borges sino porque pensaba en esas palabras, fueran de quien fueran, igual que ayer o antier tenía obsesión por: Nadar sabe mi llama la agua fría/ y perder el respeto a ley severa. Qué chistoso, se me instalan esas palabras como si no fueran de nadie, como si yo estuviera apenas construyéndolas y tuviera que desentrañar su significado. A veces es una canción de Agustín Lara o de José Alfredo Jiménez. O algo tan simple como Somos indítaralas michoacanítaralas que lo paseámorolo por lo jardín. Y lo repito y lo repito hasta que se me pega como calcomanía en no sé qué rincón de la memoria.
Por un lado tengo sobresalto por la hora; ya pasa mucho del mediodía y yo estoy tan tranquilo escribiendo palabra a palabra un sinsentido, una errática página que no va a ninguna parte. Tiene que ocupar un espacio y está obligada a no ser estúpida, fuera de eso tiene toda la libertad del mundo para ser como quiera. Y, claro, me representa, sale en mi lugar a dar la cara a los demás, por eso hoy va tan lenta, tan sin entusiasmo, tan a tontas y a locas, como si no estuviera bien de su salud o de su ánimo.