DESOLLAR EL DÍA
Mira,
fíjate bien:
levantas con tiento la piel del día,
con cuidado para que no sangre
ni aúlle ni se asuste.
Y levantada que esté
le pones con discreción
la sal del llanto tibia,
cálidamente amorosa.
El día se cuece entonces
con sabroso ardor
y suelta el jugo dulce
que el alma humana espera.
Ah, qué andar como entre flores
es entonces la vida;
arrebato de aromas de sol a sol,
tersura de las ilusiones diarias
semejante al pétalo tierno de la siempreviva,
gusto a fruta
y a fruta de mujer
y a jardín de mar
y a mar
y espacio
para que el ojo toque todo lo que quiere
y el oído se hunda en dobles,
triples,
múltiples canciones,
y un contestar sereno
a lo que va llegando.
Así, mira,
en carne viva estallada,
amorosa la llaga del día
redime, salva,
santifica.