El mandado

Aquí en España el acto de comprar no está asociado con el placer sino con el trabajo; la compra de los insumos domésticos es una más de las labores obligatorias del trabajo hogareño y así se tiene que cumplir; tienes que ordenar muy bien tu vida para poder hacer las compras en días y horas de trabajo o estás perdido. El mercado –y prácticamente todo el comercio- abre a las nueve o diez y cierra a las dos; reabre a las cuatro o cinco y cierra a las ocho; los sábados nada más medio día; los domingos todo el comercio está cerrado. No abren los mercados ni los supermercados, de modo que lo que no compraste entre semana sacándole horas a tu tiempo laboral lo tendrás que dejar para la semana que entra. Y disciplinarte porque el domingo no se compra, es día de coger el coche e irse a Chinchón, a Toledo, a Buitrago, a Segovia o a cualquier pueblo por esas carreteras tan buenas y hacer cola y codazos para encontrar mesa en algún restaurante, es día de salir con la familia por estas buenas calles e ir a comer a donde encuentres lugar.

Claro que toda estructura tiene sus fallas, sus pequeños resquicios por los que el aire de la libertad se cuela. Para mí, al menos, que estaba acostumbrado a hacer la compra los domingos -porque en México los mercados sí abren en domingo y la compra es obligación doméstica pero también es fiesta y paseo, plaza para lucirse y oportunidad de conocer el mundo-, al principio fue difícil pero poco a poco entré a los submundos que tiene siempre el mundo verdadero y encontré los lugares adecuados. Sin tener que bajar hasta Lavapiés, en donde hay de todo porque es barrio de confluencia cultural de grandes vuelos, he hallado en mis rumbos –a donde llego a pie sin ninguna dificultad, porque Lavapies, aunque está cerca queda en la parte baja de una colina que hay que remontar de regreso cargando el mandado- la frutería y verdulería de Bangladesh que cierra a las once de la noche, también domingos y festivos; la carnicería de los árabes, que abren a deshoras y desdías, el supermercado chino o la tienda también china que tiene todo lo que a uno se le puede ofrecer para hacer una chinoiserie dominical, o lo que sea. Ah: las panaderías sí abren; lo omití en su momento.

Pero como Milagros es española y vivimos en Madrid y hay que acoplarse a los usos y costumbres de la tierra a que fueres, anoche estuvimos diseñando la compra que habrá que hacer dentro de un rato porque se nos viene encima el sábado, que es medio día, domingo que no se abre y lunes que hay que aplicarse a preparar la cena de Navidad y no estoy para el doble esfuerzo de ir al mercado y meterme a la cocina. Me hacen gracia estas formas porque como toda mi vida he hecho la compra me sé mover en esas aguas y la novedad de hacer lista de mandado y pensar qué se va a necesitar, no sea que a última hora haga falta esto o aquello y esté todo cerrado, me divierte. Amenaza que, como les decía, ya no me espanta, porque está a la mano el submundo de los inmigrantes en donde fácilmente puede uno dejar las pretensiones primermundistas y volver a ser un simple mortal.

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