Veleidades

Nuestro hombre –este que fue engaño colorido- amanece con poco haber dormido pero sin desgracia visible ni en el ánima ni en el cuerpo -toda proporción guardada porque ya sabemos cuál es su condición y en qué estado real se encuentra; ya no volvió al peluquero como con la inicial coquetería que lo llevó al notar los efectos de la pérdida de pelo en la primera quimio a que lo cortara con el reglamentario de canceroso, ahora la ha dejado hacer y toda capilaridad se ha ido repartiendo en suéteres, almohadas y chorros de la ducha y quédanle tres pinches pelos como de muerto viviente de película chafa; era curioso que los pelos de las cejas le habían crecido un poco gruñones, y ahora pudiera delinearse cejas de máscara china sin tener que depilarse porque todo está yermo. Pero bueno, todo fuera como los pelos, que la discreción me impide seguir describiendo en las partes que no están expuestas al criterio de los demás, pero sí, pobre, se ha ido quedando muy púber.

Aunque, nada, te digo que lo vemos animoso y con brillo en la mirada; quizás está pensando en completar otro libro de poemas; pero yo, que lo debiera conocer, sé que está metido en un predicamento, como de costumbre: no sabe cómo estructurarlo porque tiene un montón de poemas en la línea de los que ha venido haciendo los últimos años pero dos modalidades se le han atravesado; por un lado tiene unos quince sonetos más o menos serios y reflexivos en torno al tema de la muerte y unos tres o cuatro poemas que ni siquiera sabe cómo llamarlos aunque para su secreto los aparta como conceptuales porque no tienen emociones ni sensaciones, sólo enfrentamiento de palabras que dicen y se contradicen, y en ese análisis, cuando saca el tenderete se pierde. Lo cuento por si esto fuera lo que le da brillo a sus ojos, y vidilla, pero también es probable que ni esté pensando en los poemas sino en su locura esa de que los días tienen sentido, de que mientras estén los demás hay algo que hacer, aunque sea pensar un poco, sugerir alguna solución para la más pequeña acción o para la peor tontería. Lo conozco tan poco, viéndolo bien, a pesar de este encargo que tengo de narrarlo, que me pierdo como un mal libretista.

Lleva unos días con un problemilla que ya quisiera yo encaminarlo a que lo resuelva: resulta que anda como desafocado. Para ver lo ordinario del día, bien; para ver la pantalla de la compu, bien porque le pone letra grande; donde se vuelve un poco delicada la cosa es en la lectura, se le hacen chicas las letras, y peor, borrosas. Lo primero que salta es el diagnóstico de cambio de graduación porque estos lentes que usa ya tienen varios años. Pero me detiene el pensar ¿y si lo llevo de balde? ¿si se trata de otro de los montones de efectos paralelos de la quimioterapia? Como este que no les he contado: se le entumen los dedos de las manos después de un rato de tenerlos quietos con las barajas en abanico; bien gacho porque no los regresa con facilidad a su lugar habitual y se aterra pensando que le pueda pasar en la mañana, cuando se pone a escribir ante el teclado –fuera espantoso, tiembla: mudo de la tos y mudo de las manos-. Pero no, yo creo que sí lo voy a agarrar y lo voy a llevar a la óptica; total, que lo midan y ahí decidirán.

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