¿Día del amor y la amistad?

De veras que es difícil ir haciendo valoraciones constantes que nos permitan entender un poco quiénes somos, o más bien, cómo somos. Ya no digamos las monstruosidades de los pueblos que no tienen estructuras de organización y de poder y se ven zarandeados por los advenedizos que hallan abiertas las oportunidades de ser algo que está confundido entre la fantasía y la enfermedad, herencia del saqueo colonial de todos los siglos; esos tiranos, señores de la guerra, que matan y mandan matar a miles o millones de personas con tal de ser el que posee la capa que a todos los demás da miedo mirar y que apoyados por los peores gobiernos de la tierra, los más ricos, venden barata la riqueza que sus países tienen para comprar armas con que jugar sus espeluznantes juegos. Con qué dolor se ha ido haciendo el mapa de África en las últimas décadas, y si estiramos el cuello, con qué dolor se ha ido haciendo la historia de los hombres sobre la tierra: Songo le dio a Borondongo, Borondongo le dio a Bernabé, Bernabé le pegó a Muchilanga…

Luego, claro, todo el que puede se quiere ir. Y hasta el que no puede; cómo se pone en juego la misma vida para pasar una frontera y buscar en otro lado lo que aquí ya se sabe que definitivamente no hay. No hay trabajo, el trabajo está pagado en mucho menos de lo que vale y no tiene dignidad, no se presta para exaltaciones mínimas de la condición humana, como la que hace que Eumelo, un cuidador de puercos del siglo once o doce antes de Cristo, se nos haga hoy tan entrañable y sobrio en su prístina laboriosidad. Lo que hay son las grandes oleadas de refugiados que pasan por cientos de miles de una desgracia a otra arrastrando sus cadáveres hasta ver en dónde los pueden dejar para que desaparezcan lo más pronto posible. Y con esto hay que mirarnos y valorar lo que somos porque aunque no encontramos cómo hacer algo para enmendar esa aberrante imagen que nos devuelve el espejo, también hacemos todo lo posible por apagar la luz para no verla y que los demás que están cerca no la vean.

En México llevamos décadas negociando con los vecinos para que aprovechen la oferta pero ellos ven claro el peligro y se resguardan. Y en Europa, ahora que hay elecciones en España, el candidato de la derecha propone que se les haga un contrato, como si se tratara de iguales que pueden negociar; un contrato por el que se comprometan a aprender el idioma (hombre, pues si hay escuelas, si hay maestros, si hay tiempo para dedicarlo a aprender, ¿por qué no? Póngale usted que sí acepto. Qué más.), a respetar las costumbres españolas (¡qué extraña condición! ¿en qué consisten las costumbres y qué quieren decir con que las voy a respetar? No entiendo; ¿me lo puede explicar más despacito?) Y en estos despropósitos se va la saliva de lo que debería ser una conversación entre humanos. Y nos miramos al espejo. Qué extraña especie somos, qué incomprensible.

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