Lo encuentro esta mañana un poco introvertido, como rumiando, sin esa euforia de lectura fácil con que amanece otras veces. Y como no me queda más remedio busco cómo colarme hasta su discurso interior en el que alcanzo a leer: era la esposa de Rajoy, a la que yo nunca había visto, en donde vi otro mundo; se ve que no es muy de andar en el trabajo del marido; le ha de dar la bendición en las mañanas y lo espera en la noche a ver si quiere cenar, o algo; y anoche estaba en el balcón de la sede del partido conservador; tenía la cara triste y un collar muy feo. Sonreía, sí, como todos; abrazaba a Mariano con una intimidad que para mi gusto iba más allá de lo que pudiera necesitar el protocolo, pero aunque estaba ahí, estaba también en otra parte; su mirada, digo, en un mundo que no era el de la noche de ayer que fue un día intenso. Por momentos rozó la mayoría absoluta el PSOE, lo que hubiera sido el descalabro del PP, y sobre todo, de su líder, al que no le habría quedado más remedio que tomar las de villadiego y decir hasta aquí llegué, mialmas, síganle haciendo como puedan, que era lo que yo veía en la cara de Elvira y que fue lo que le pasó al pobre Llamazares con Izquierda Unida, que salió sin señora ni nada; él sí quedó seriamente afectado por el bipartidismo de corte presidencial que se impuso en estas elecciones y anunció que se retira de la coordinación de su partido. Pero en quien se leía el drama era en la mujer de Rajoy.
Visto desde fuera, o desde donde lo veo yo, pues -reflexiona el sujeto de mi narración-, resultó lo que se esperaba, que ganara Rodríguez Zapatero y se quedara a un segundo periodo, pero ya midiéndole el vapor en que se cuece, puede tener muchos matices este guiso. Uno de ellos es, primero, si puede seguir Mariano al frente de la oposición, y todo parece indicar que sí, que si anoche y en los días que siguen no lo convence de otra cosa la triste mirada de su mujer, y su punto de vista o el tipo de relación que tengan, puede conservar el puesto porque aumentó la votación a su partido y el número de escaños; es decir, perdió pero no retrocedió en relación con la anterior.
Aquí mi tercera persona hace una inmersión repentina a la que no alcanzo a seguirle porque me agarra distraído y no me queda más remedio que interpretar por dónde anduvo y andó, porque le veo un hilillo de escepticismo rodando por el lagrimal: ¿va a cambiar de la irritante estrategia crispadora que mantuvo durante toda la pasada legislatura? Yo creo que no, creo que al contrario, lo va a subrayar hasta ponerle los pelos de punta a los cerca de diez millones de españoles que los votaron y que sea lo que Dios quiera. Cuenta con la iglesia que empieza una nueva etapa de refuerzo de su conservadurismo con la nueva elección de la dirigencia de sus obispos, cuenta con la derecha dura, que es dura como hueso y cuenta con la frágil comodidad de la izquierda mayoritaria que mientras no vea disminuida su calidad de vida puede seguir apoyando pero si los vaivenes del euro y de la economía mundial empiezan a golpearla, quién sabe. Quien sabe si se vaya con melón o con sandía.