No tiene tanto vigor ni tanta imaginación; es consciente de que está empezando tardísimo su tarea, pero piensa, siguiendo esa cómoda corriente de que el mal de muchos disuelve en partículas insignificantes la culpa personal, que al cabo hoy nadie va a abrir temprano esta página para buscar las verdades eternas con que suele adornarse ni los atinados comentarios ni las oportunas consecuencias que suelen derivarse de su poder deductivo, por ser la fecha que es. Ni periódicos hay en el mundo, ya no digamos comercios u oficinas; excepto los restaurantes, todo lo demás está cerrado y si no fuera por chinos, indios y otros migrantes que traen en su buchaca distintos puntos de vista, uno no conseguiría una cebolla ni por todo el oro del mundo.
-Una cebollita, por el amor de Dios, que me hace falta para encebollar este bistec que pensaba preparar para el almuerzo.
-Pues debió usted haberlo previsto y comprar ayer su cebolla si eso pensaba, porque hoy, si encontráramos a alguien vendiendo cebollas o tomates en el mercado no digo si no le echaríamos a todos los corchetes y caballerías que encontrásemos para escarmiento de esquiroles. ¡Habráse visto! ¡En un día tan grande!
Ésta, como todas las celebraciones colectivas y de gran significado religioso, histórico o lo que sea, acaba rindiéndole culto al sol. Y qué mejor lugar para hacerlo que la playa, en donde está aceptada la convención general de que entre más superficie dérmica reciba directamente los rayos deslumbrantes, mejor culto se le rinde al que sale con su carro de fuego tras los preludios que entona la de rosados dedos. Allá, bajo las fraguas de Vulcano se dirime si Afrodita ha de ser burla o envidia de los dioses cuando pende, abrazada del bello Ares, de la red que el marido celoso y cojo les ha fabricado para exponerlos al escarnio, pero acá, en la superficie mundana, los hoteles están pletóricos vayan legalmente autorizados o no los ocupantes, y en las playas la piel alcanzaría para tapizar toda la arquitectura moderna del sector turismo si se quisiera, en un arranque generoso, humanizarlo y poner ejemplo a la historia de cómo la pasión por la piel morena acabó en Europa con los prejuicios raciales.
La religiosidad con que los españoles –y supongo que el resto de los europeos- se toma el puente es proverbial; desde los primeros días de enero, cada honrado ciudadano revisa el calendario previsto para el año buscando ese derecho adquirido gracias a las luchas laborales de los trabajadores del mundo –que, por cierto, parece que es lo que ahora se conmemora- buscando los puentes con ahínco y absoluta confianza en que los líderes sindicales habrán sabido negociar con las autoridades del trabajo un jueves por un viernes, un martes mejor que un lunes. Y que haya, como ahora, cuatro días seguidos de asueto y coincidan con un anticiclón que garantiza temperaturas por arriba de los 25º en las costas, refrenda la buena marcha de las cosas del mundo. Los combustibles están más caros y claro que habría sido mejor viajar en tren o en autobús pero eso, como quiera que sea, te quita autonomía, te impide detenerte en esos buenos restaurantes que conoces por las carreteras y acaba por hacerte sentir que eres uno más del montón.
Mi narrador me mira, contento esta vez porque me quedé callado, nada más oyéndolo. No se lo digo, pero la verdad es que no hay que dejarlo tan suelto, está lleno de rencorcillos bobos y lugares comunes.