Coges la célula cancerosa y la jalas de las orejas para sacarla del núcleo donde está; si no eres zurdo la detienes con la izquierda y con la derecha le das un garnuchazo justo en donde debería ir el cerebelo, digamos; le das seco y te mantienes; acto seguido la vas a sentir espasmar por dentro como si estuviera jalando aire; no la sueltes porque justo en ese momento, si logra meter bastante oxígeno, estalla y se reproduce en un montón de celulitas de su especie que en un rato ya están del tamaño de su puta madre y listas para hacerse sus propias gazaperas, así que la tienes que tener agarrada bien firme hasta que sientas que se enfría y se queda tiesa; ya ingrávidas, las vas metiendo en una cubeta que luego no creas que es fácil vaciar porque por ningún lado las quieren, parece que no hay depredadores naturales que se las coman -o sí habrá pero ya ves cómo están de rotas las cadenas alimenticias y todo el equilibrio ecológico, por eso los de la NASA andan averiguando si en la Vía Láctea -como en los cuadros de Remedios Varo, que parece que es una de las pocas personas que han entendido cómo está ese enjuague- no habrá algún elemento que las consuma y las transforme con elegancia, o al menos que las agorzome; no es fácil moqueteárselas una por una, porque son bien listas y se camuflagean con la sangre de los alrededores de donde anidan; bueno, la sangre, las sobras, los bichitos, la caca de los pájaros, todo les acomoda; si encuentras un ponedero a tiempo no lo vayas a soltar por nada de este mundo, y allí es donde te aplicas como te digo, con la mano firme, que no te tiemble; porque si no, tú pasas y haz de cuenta que anduvieras por un campo lleno de todos los colores verde que tienen los campos silvestres, que aunque quisieras contarlos, diferenciarlos y clasificarlos estoy seguro de que no acabarías en horas y horas, porque se ve verde todo pero si te agachas en un puro pedacito vas a encontrar todos los colores del mundo haciendo composiciones y combinaciones que se te puede ir la cabeza nada más de imaginártelas; pues igual es con ellas, ¿cómo las reconoces?; cuando te das cuenta ya todo el monte está maleado y te metas por donde te metas ya no vas a poder regresar a donde estabas, cada vez las brechas se te hacen más laberínticas, los mismos caminos parece que te hacen tropezar y detenerte y se te viene la noche de volada; así que ya te digo, te tienes que fijar bien en los dolorcitos raros que tengas, sean donde sean, y una de dos: o vas al oncólogo a que te revise y le explicas con detalles por qué te parece que es raro lo que tienes, sin guardarte ningún secreto por más que sientas feo o te dé miedo o vergüenza, o te abres tú solito el pedazo y te fijas bien: son chiquititas y andan pegadas unas con otras pero se les alcanzan a ver las orejas, que es de donde te digo que las tienes que pepenar para poder soplártelas.