Diplomados para el celular

Ya sabías que cuando le ponías “on” quería decir “órale” y cuando decía “of”, significaba “pérate tantito”; mientras, ponías un disco ensartado por un hoyo en el centro y lo metías en el pivote de en medio del aparato; bajaba, previo empujoncillo, un brazo mecánico que lo sostenía y mediante un sencillo clic de una palanca abajo que movía toda la compleja maquinaria tenías veinte minutos o media hora de música sin mayores complicaciones. En eso, decidías llamar al amorcito de tu vida para compartirle el momento: levantabas el tubo de dos extremos, audición y emisión, y metías cada vez un dedo en el círculo dispuesto para ello en la base del aparato con número progresivo en cada casilla; presionabas hacia la derecha hasta un tope que no daba la posibilidad de error, soltabas y se iba formando el código que te comunicaría, sin más trámites ni enigmas con la orejita anhelada, o con su mamá. Era algo que podías hacer desde la edad a la que aprendieras los números; también, por ejemplo, comunicarte con tu papá al taller para decirle que dice mi mamá que si no vas a venir hoy tampoco que le mandes lo de la semana porque ya no tiene de dónde sacar. Digamos que el mundo electrónico estaba al alcance de la mano para chicos y grandes.

Hasta que hicieron esta revolución mundial que te convierte en virtual conductor voluntario del entorno; puedes ir mediante ondas al espacio e ingresar con un código personal en un gigantesco banco de datos (gigantesco digo por su capacidad no necesariamente por su tamaño físico, porque ni idea tengo) con un sistema de abastecimiento de piezas de música o de video renovable permanentemente y casi sin límites; obtenerlas, algunas mediante pago que tienes que hacer ingresando el código personal de tu tarjeta de crédito en el momento y apartado que te lo pida o marcando un código que sabes que te revertirá el cobro junto con el de todos los demás servicios, y otras en forma gratuita, a partir de la manipulación de unos botones ínfimos y muy sensibles que tiene por todos lados tu personal aparato que te cabe en la palma de la mano, llamado eufemísticamente celular o teléfono móvil, y…

¡hélas!, adquieres la capacidad no sólo de disfrutarlo con tus audífonos o atendiendo a la mínima pantalla de tu aparato, sino que además puedes compartirlo con tu amorcito –ya sin su mamá, que no está capacitada para manipularlo- marcando mediante tus códigos personales las claves para que te reciban en otro celular, en donde puedes además empezar a escribirte de ida y vuelta con la persona elegida y en caso de que surja la necesidad o el deseo de que vea algo que estás viendo, fotografiarlo con el mismo aparato y sin romper el encanto ni la fluidez del diálogo, enviarle la foto que acabas de tomar. También puedes ingresar a un espacio para jugar tú solo todo el tiempo que te dure la pila, o abrir los compartimentos adecuados y hacer tus archivos clasificados con distintos tipos de información visual o auditiva. Y muchas otras funciones que puedes operar en la misma insignificante máquina que ya anunciaron que pronto serán de usar y tirar. Tú, claro, interlocutor –está diciendo el narrador que es el emisor de estas palabras- te vas capacitando naturalmente conforme transcurre tu vida natural a la que se van sumando nuevas funciones electrónicas, pero yo y la gente como yo, si no dedicamos parte de nuestra vida a hacer un diplomado, quedamos fuera hasta de la comunicación telefónica. Ya ni la televisión se prende “on” y “of”. Y no he hablado de la parte perversa del asunto.

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