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Los altos compradores del mundo

LOS ALTOS COMPRADORES DEL MUNDO

Los altos compradores del mundo
se retiran a las diez de la mañana,
a esa hora el sol ha dado ya su pauta
y el aire acuña toda clase de brillos
y los cuenta
como el banquero profesional
sueña altas pilas de monedas de oro.

Los compradores se retiran
a vivir como los demás las cosas buenas del día.

A las diez y media
comienzan a pasearse por la ciudad las muchachas,
más bellas cuanto mejor comidas,
más espigadas cuanto más soberbias
y rompen el arco espeluznante del sueño
de manera que los fantasmas
pobladores de las almas de los transeúntes
salen disparados al área sin sol de la amargura
y queda sólo la evidencia de la mañana
tintineando en los bolsillos
de los altos compradores del mundo.

A esta hora el mal no existe,
la usura, el estupro, la traición se asientan
en el agua feliz de la mañana
y todo parece ser una novísima invención
de los dichosos.
No existe el mal, no,
para nada existe el mal.

Sino que algún desesperado,
ajeno al gran comercio,
camina con púas en los ojos
rasgando la fresca tela del paisaje
de modo que sólo a un lado quedan,
oh miseria espantosa de la vista,
los altos compradores del mundo,
las luminosas ninfas desgarradas,
las once de la mañana, el sol,
las monedas del sol, la vida buena
y al otro lado un erizado lamento
que va absorbiéndolo todo
hasta que explota.

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