Las roscas de San Joaquín

Sobre aquel hermano no había caído la gracia del Señor en forma alguna, exceptuando los dones naturales que el Creador reparte entre todas sus criaturas dotándolas del soplo de la vida y de la chispa –a veces menor y a veces luminosa- de la inteligencia. Cumplía sus deberes y se esforzaba más o menos por no salir del redil y no hacerse notar como rebelde o disidente porque tenía la certeza de que no encontraría, con todo, mejor vida que aquella. Destinado a las tahonas de la casa común en donde se amasaba y se cocía el pan no sólo para esta sino para otras muchas casas de oración comarcanas, estaba especializado en aquellas roscas que entre sí los hermanos llaman San Joaquines y que han dado a este horno la justa reputación de producir, toda proporción guardada, el pan de la comunión alternativa por el grado de exquisitez y delicadeza que con el tiempo, la apasionada espiritualidad de muchos hermanos panaderos que han pasado por esa mesa y un poco de la gracia del señor, que también se reparte en pequeñeces para dar a sus hijos la sonrisa, había alcanzado.

Pero aquella vez tuvo una inspiración maligna causada por la desesperación. Llevaba una eternidad tosiendo y no había jarabes ni tisanas, ni vahos ni emplastos que paliaran la tortura –si bien que ofrecida al Señor- de aquellas noches en las que ni siquiera el tiempo propiciatorio de los rezos de la noche le proporcionaba alivio sino todo lo contrario. Hasta que una noche creyó oír la voz que le decía, mira, Joaquín –Joaquines se llamaban, por extensión, todos los hermanos que se dedicaban a la elaboración de las famosas rosquillas- el señor está a disgusto porque habéis bajado mucho la calidad de los saint jackes que fabricáis y quiere que tengáis un sacrificio y una enmienda; habla con el hermano tahonero superior y él sabrá interpretar este mensaje. Ah, y cuídate ese Saint Jackes que tienes en la garganta que ya los ecos de tu tos están llegando hasta los dormitorios de la eternidad que tanto cela el Señor. O sea que esta tos se llama igual que las rosquillas que hacemos, iba pensando maliciosamente el hermano mientras se dirigía a la entrevista con su superior.

Luego, en el sueño, se perdió esta claridad narrativa y nuestro hombre entró en una vorágine en la que cayeron ejecutados varios Joaquines del equipo, de esa y de otras panaderías cercanas –aunque como era sueño, la lógica empezó a pecar y la caída tuvo motivos no estrictamente panaderiles sino que hubo venganzas de carnalidades inconfesables y otras humanas miserias. Cinco, siete muertos, quizás. El caso es que cuando la cuchilla correctora del Señor llegó al círculo de nuestro tosiente y se cernía ya sobre él, que resignado la esperaba como el alivio supremo, la misma presencia del ángel anunciador apareció, tomó las rosquillas recién salidas del horno, las repartió entre los demás enharinados y los hizo probarlas. ¡Alegría, hermanos! –dijo- el espíritu del Señor se regocija, habéis logrado recuperar la gracia inocente con que se han hecho los saintjackes durante siglos y otra vez tienen la perfección requerida. Levantemos la disciplina y recemos por las almas de los hermanos que se ofrendaron para recuperar el bien común. Y desapareció ante el desencanto de nuestro héroe que ya veía venir sobre sí la salvación, así fuera la definitiva. Se despertó; otra vez pasaba apenas de las ocho y el cuerpo pecador se sacudía en toses inmisericordes que declaraban a gritos su absoluto agnosticismo. ¿Y yo por que ando soñando esto, Virgen Santísima -se dijo-, si soy ateo?

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