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Cuando me muera me querrán vestir de negro,
meterme en un cajón de lágrimas y espasmos,
ahorrarse mis olvidos con palabras de adiós,
despedazar el timbre de mi voz dispersa;
urdirán historias casi verdaderas
acerca de lo que mi pobre cuerpo hacía,
contarán anécdotas ocultas de lo que vivía yo solo,
dirán que dije, que me dije a mí mismo, que pensé;
harán rabiosas muestras de experiencia
esclareciendo las oscuridades de mi piel,
se pondrán mis zapatos negros y mi traje azul
y usarán corbatas que combinen mejor que mis corbatas viejas.
Ay, carajo, amor, mejor tírame al mar,
ocúltame en un publo desconocido,
invéntame otra vez.
O aquí pondré mejor lo que quiero hacer
cuando me muera: échame en la gran boca
de una revolvedora de asfalto
para volverme sin que nadie sepa
calle, o plaza, o edificio.